La noche había inundado las calles y éstas se habían quedado
vacías. La gente caminaba apresurada a sus casas. El comercio concluía su
jornada y todo parecía entrar en un lapso de descanso. Hasta el taller del
laborioso zapatero estaba cerrado. El frío cortaba la piel como cuchillo de
acero y sólo quedaba volver al refugio. No había más que hacer. Sopa con
fideos, alguna sobra o simplemente… nada. ¿Qué habría para cenar? Cristóbal, el
viejo mendigo del barrio, con las manos en los bolsillos del abrigo sucio,
volvía a su hogar.
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