Más
allá de los sueños efímeros que habiten cada día la frágil conciencia, más allá
de las desconocidas emociones que vengan a colmar los latidos del corazón,
mucho más lejos de lo que señalen las mejor o peor intencionadas palabras
nacidas de quienes, por más que lo intenten, nunca podrán pisar el mismo suelo
que lo hacen otros zapatos, siempre existirá un inefable rincón de hermosura y
sosiego para el ansiado reencuentro con uno mismo, con lo que hayas sido, lo
que eres y lo que probablemente serás. Aquí, bajo la luz dorada del sur,
encontrarás la verdad desnuda sin máscaras, tal como la buscas cada vez que al
otro lado de sus arbóreas fronteras te zarandeen la alarmante deshumanización,
el ruido insolente y las voces escupidas con vergonzosa impertinencia. Conoces
este último edén desde hace varias soledades y has aprendido que recorrerlo
despacio en todas sus direcciones te devuelve el equilibrio necesario para
seguir caminando en la senda de los gigantes. Ya sabes que los renglones del libro
que siempre te acompaña bajo el brazo son tus más fieles aliados para regresar
a esa verdad vestida del silencio que tanto te enseña cuando despiertas una
mañana y comprendes por fin que lo único que te queda es una vieja colección de
fotos borrosas y un cofre de madera cargado de besos e ilusiones por estrenar.
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