jueves, 7 de octubre de 2010

Educación, ciudadanía y libertad

Tres conceptos muy discutidos en los tiempos que corren y por ello puede que muy desvirtuados. Los tres absolutamente necesarios e intimamente vinculados entre ellos mismos. Hablamos de la educación básica y elemental para todo ser humano dirigida al ejercicio de una ciudadanía racional que conduzca a la libertad inherente dentro de la sociedad.

Se trata de otorgar a la persona una educación que le ofrezca una formación académica orientada al desarrollo profesional, una base cultural para el respeto y el entendimiento con todo lo que le rodea. Pero una educación integral, es decir, en la que intervengan todos los agentes implicados que son insustituibles. Como dice el admirado profesor José Antonio Marina “para la educación del niño hace falta la tribu entera”. Intelligenti pauca. (A buen entendedor pocas palabras bastan). Nadie sobra, todos son necesarios. Los padres, los hermanos, los primos, los tíos, los abuelos, los profesores, los compañeros de clase, los vecinos e incluso las plantas y los animales. Esta es la educación más completa que se puede ofrecer. Y en ella deben aparecer los pilares en los que se sustenten la cultura, la formación académica y el raciocinio que ayuden al individuo en su discurrir por la vida como un ciudadano más que sepa convivir con el entorno diario. Naturalmente, sujeto a unas normas mínimas como en toda convivencia de cualquier comunidad. Está suficientemente demostrado que no es posible el progreso de una sociedad sin unos criterios que regulen el comportamiento de los individuos, no es posible si todos hacemos y deshacemos a nuestro antojo sin contar con los demás. Porque no debemos olvidar que necesitamos contar con los demás, estamos diseñados en origen para relacionarnos e interactuar con los otros, somos una especie gregaria, necesitamos ir acompañados y sociabilizarnos. Para ello hace falta fijar unas normas que garanticen el respeto hacia los que nos rodean.

Y aquí aparece el concepto de ciudadanía racional. Referido al ejercicio de la persona que es capaz de desarrollar sus funciones vitales en la comunidad en la que vive cumpliendo las normas previstas para la convivencia en armonía con sus congéneres. Es decir, para vivir en la ciudad hay que observar unas pautas orientadas a la correcta coexistencia de todos. Siguiendo las premisas del profesor Marina, debemos enseñar a los jóvenes a comportarse como verdaderos ciudadanos para que puedan ejercer su ciudadanía sin perturbar o entorpecer el normal desarrollo de la comunidad. Y a partir de este punto encontraremos ciudadanos libres, aunque parezca lo contrario.


La libertad no consiste en poder hacer lo que cada uno quiere, cuando quiere, como quiere y donde quiere. Algunos hasta creen que esto es justamente la democracia, ¡qué barbaridad! Pues ni una cosa ni otra. No. La libertad es la capacidad de poder elegir qué hacer en cada momento de nuestra vida después de haber fijado unas reglas que garanticen el respeto por la vida y la integridad de todo lo que nos rodea. Entendidas esas reglas, lo que nos queda es la libertad de vivir como queramos sin molestar, sin trastornar al que está a nuestro lado.

Por tanto, para que haya plena libertad de los individuos hace falta formarlos como auténticos ciudadanos que sepan convivir en una sociedad. Y para ello es indispensable darles una educación básica de valores culturales y racionales que les ayude a pensar y distinguir el bien del mal, a desarrollar su vida de forma que les resulte lo más provechosa a ellos y a la comunidad.