martes, 30 de octubre de 2012

Microrrelatos (7): Sin llegarse a rozar

Habían transcurrido muchos años desde la última vez. Demasiados, quizá, para pensar en otra cosa que no fuera una tímida y fugaz mirada. No había para más. Resultaba perturbador en aquel instante, volver la vista atrás, a un pasado huérfano de adioses y ternuras, pero no quedaban otras opciones. Ambos recordaban los días lejanos en que la complicidad les había unido más allá de la sincera amistad. Pocas veces en la vida surgen afectos y emociones parecidas a las que habían construido ellos en aquella época. Sin embargo, esta vez no lo pudieron evitar. Ella pasó por su lado y él por el de ella sin que se llegaran ni a rozar. Y en ese momento, sólo el profundo y aterrador silencio pudo ser testigo mudo de aquel funesto encuentro que les dejaba huella atroz.


lunes, 22 de octubre de 2012

Últimos datos sobre la psicopatía

Leyendo estos días el libro escrito por Eduardo Punset llamado "El alma está en el cerebro", me he encontrado con un capítulo dedicado a La mente del psicópata. Y dentro de él existe un epígrafe en el que trata los motivos que originan un cuadro de psicopatía. No se trata de un asunto baladí y tampoco es fácil de desmenuzar para su mejor comprensión.

Según refiere Punset, los seres humanos estamos preparados y capacitados para socializarnos y para vivir en sociedad, y por tanto podemos desarrollar una cultura. Para establecer las reglas del juego hemos creado una moral y una ética mediante la cual nos regimos y canalizamos nuestros sentimientos para fomentar ese potencial de solidaridad del género humano. Ahora bien, los psicópatas representan el lado más oscuro del ser humano puesto que estas personas, por las razones que sean, se revelan como depredadores del resto de la especie. Es una parte de la naturaleza humana que no tiene esa capacidad para desarrollarse en la dirección del bien, de la solidaridad o de la compasión. Por eso, precisamente, el psicópata es el ser humano más peligroso que existe. En la medida en que su ambiente le provea de las satisfacciones necesarias, puede estar integrado y no ser especialmente peligroso, puede que sus actividades y las relaciones que tenga le satisfagan. Pero, ¿qué ocurre si necesita algo que su ambiente no le proporciona? Entonces se convierte en un asesino, en un depredador: puede matar sistemáticamente, puede violar... Y si está integrado en estructuras de poder, puede utilizar su potencial para causar mucho mal.


Las psicopatías no aparecen tardíamente y de modo repentino, sino que comienzan a manifestarse cuando el individuo tiene pocos años y es un niño. El déficit de atención o la hiperactividad se han propuesto como indicios o indicadores de riesgo. Los malos tratos en la infancia generan problemas de cortisona: se produce un aumento de cortisona en la sangre y esta sustancia lesiona las neuronas. Un niño que ha sido maltratado antes de los 3 años tendrá seguramente más dificultad para controlar los impulsos cuando sea mayor. Lo interesante y lo problemático es que pueden existir determinadas lesiones neurológicas que incapaciten a un individuo concreto para aprender las normas, para relacionarse adecuadamente con los demás o para distinguir el sufrimiento ajeno. Pero no siempre se trata de lesiones cerebrales. A veces, puede ocurrir que el cerebro simplemente funciona de otro modo y no sabemos por qué.


Tradicionalmente la jurisprudencia del tribunal supremo ha considerado siempre que el psicópata era imputable, es decir, que el psicópata era responsable de sus actos, porque, de hecho, cuando el psicópata actúa y comete un hecho delictivo lo hace con pleno conocimiento y con plena voluntad. El psicópata sabe lo que hace y además es muy inteligente y sabe por qué lo hace. Esto lo diferencia del psicótico: el psicótico es el individuo que está fuera de sí, el individuo que ha perdido el sentido de la realidad. A las personas con enfermedades mentales y psicosis se les ofrecen otras vías, pero el psicópata generalmente es condenado porque se considera que actúa con pleno conocimiento y con plena voluntad. Sin embargo los jueces saben que los psicópatas son enfermos y por eso han llegado a dictar sentencias en donde se aplican atenuantes analógicas que rebajan algo la pena, es decir, permiten considerar que el psicópata es susceptible de un tratamiento. Y ahí radica el problema. ¿Verdaderamente se puede hacer algo con esas personas? Los jueces condenan a los psicópatas porque son un peligro. Las condenas se establecen para proteger a la sociedad. Si consideramos que los psicópatas son enfermos y abriéramos las cárceles se generaría una situación de inseguridad alarmante. Por esa razón los jueces tienen que considerar imputables a los psicópatas.


El psicópata es plenamente consciente de lo que hace. El psicótico, el enfermo de una psicosis, por el contrario, no es consciente. Un esquizofrénico pierde cualquier contacto con la realidad, no tiene sentido de la realidad y por tanto es incapaz de distinguir el bien del mal, lo que se debe y lo que no se debe hacer. El psicópata es completamente distinto. Sus actos demuestran, en primer lugar, que no le importa lo que hace y, en segundo lugar, sabe que lo que está haciendo es un delito, sabe que moralmente está equivocado, pero no le importa: la vida de los demás, simplemente, no le concierne.


Entendemos por enfermedad aquella dolencia sobre la cual no tenemos control. Por eso la esquizofrenia es una enfermedad. El psicópata es consciente y ésa es la razón por la cual resulta complejo considerarlo un enfermo. No podemos devolver la conciencia a quien no la tiene, ni podemos conseguir que un individuo que no conoce la compasión sea compasivo, ni podemos conseguir que un cerebro que no conoce la empatía pueda situarse en el lugar de los demás. Pero en los últimos años se están abriendo caminos interesantes en el tratamiento de la psicopatía, como por ejemplo la vía conductual y la vía farmacológica. Con ellas podemos mejorar la impulsividad, la irritabilidad, el comportamiento, la disciplina o la conducta, pero nunca podemos curar. Por tanto podemos concluir que la psicopatía tiene dos grandes componentes: uno relacionado con la personalidad básica y otro componente conductual. No podemos hacer nada o casi nada respecto a la personalidad básica, pero sí podemos hacer algo respecto al componente conductual. Podemos ayudarle a que se controle, podemos utilizar su pensamiento egocéntrico, egoísta y vanidoso a nuestro favor. La cuestión es convencerlo de que pueden irle mejor las cosas si cambia su conducta. No podemos conseguir que tenga compasión ni que tenga ningún interés en los demás, pero puede reconducirse su egoísmo. Se pretende convertir a la persona para que le interese egoístamente cumplir con la ley y no delinquir.


Respecto a las futuras generaciones, la prevención es esencial para evitar que haya sujetos que desarrollen ese potencial de violencia innata. La prevención de la psicopatía es importante, sobre todo, en la escuela. La escuela sirve para aprender, pero con frecuencia se utilizan métodos competitivos que conducen a perder los valores humanos. Quizá este hecho tenga alguna relación con el incremento de asesinos en serie en nuestra sociedad. El asesino en serie es la máxima expresión del psicópata. ¿Cómo se puede prevenir esto? Sobre todo se podría prevenir si en la escuela se enseñaran valores humanos como ser solidario, ser persona, no a ser el número uno ni a ser el mejor. Podríamos decir que la sociedad competitiva agrava la psicopatía. Una sociedad que exalta los valores de la psicopatía facilita que la tendencia a la psicopatía se desarrolle y tenga un mayor y mejor caldo de cultivo.


lunes, 15 de octubre de 2012

Distancias y tamaños en el Sistema Solar

El Sistema Solar es enorme. Tanto, que sus dimensiones escapan a la capacidad que posee nuestro cerebro para imaginar lo que significan números tan grandes. Decir que la Tierra se encuentra a más de 149 millones de kilómetros del Sol no basta para tener una idea de lo que realmente representa esa distancia. Cuando leemos que el Sol posee un diámetro de algo menos de un millón y medio de kilómetros, nuestra mente no alcanza a visualizar lo que ese tamaño significa. Las dimensiones del Sistema Solar son lo suficientemente impresionantes como para que resulte completamente imposible realizar una representación a escala e incluirla en una lámina de libro de texto: si lo hiciésemos, los planetas no serían visibles ni siquiera utilizando una lupa.


Para comprender mejor las distancias y tamaños implicados vamos a comparar los objetos más importantes del Sistema Solar con otros de uso cotidiano. Comenzaremos, como corresponde, con el par que más influye en nuestras vidas: la Tierra y el Sol. Sabemos que nuestro planeta posee un diámetro aproximado de 12.750 kilómetros, y que se encuentra a unos 150 mil millones de metros del Sol. Supongamos por un momento que la Tierra posee el tamaño aproximado de una pelota de tenis. En esta escala, el Sol sería una esfera de unos once metros de diámetro, que se encuentra a unos mil doscientos kilómetros de distancia. Ese es el desafío al que se enfrentan los encargados de ilustrar las dimensiones del Sistema Solar. Si seguimos haciendo cálculos manteniendo las distancias entre planetas y su tamaño en la misma escala del ejemplo anterior, volvemos a estar en problemas: si la Tierra se encontrase a mil doscientos kilómetros del Sol, Plutón estaría a unos cuarenta y siete mil y tendría el tamaño de una canica. Está claro que necesitamos una escala para las distancias, y otra, completamente diferente, para el diámetro de los cuerpos del Sistema Solar.

La escala de los cuerpos

Comencemos por el tamaño relativo de los cuerpos principales del sistema, asumiendo que la Tierra con sus 12.750 kilómetros de diámetro la podemos imaginar como una pelota de tenis de unos 10 centímetros de diámetro. En esta escala, el Sol (1.400.000.000 kilómetros de diámetro) sería la mencionada esfera de unos once metros de diámetro, Mercurio (4,800 kilómetros de diámetro) sería algo así como una pelota de golf y Venus (12,100 kilómetros de diámetro) no sería muy diferente a la pelota elegida para representar a nuestro planeta. Si seguimos avanzando hacia el exterior del Sistema Solar, nos encontramos con Marte y sus 6,800 kilómetros de diámetro. En nuestra escala tendría un diámetro de unos 5,3 centímetros.

Más allá de Marte se encuentra el denominado “cinturón de asteroides”, compuesto por algunos miles de millones de cuerpos rocosos de tamaños extremadamente variables. El más grande de todos ellos, que posee aproximadamente la tercera parte de toda la masa de ese cinturón es Ceres, que tiene un diámetro de 952 metros. En nuestra escala sería más o menos como un guisante. Más allá de Ceres se encuentra el planeta más grande de todos: Júpiter. Este gigante gaseoso tiene un impresionante diámetro de 143 mil kilómetros, solo unas 10 veces menos que el del Sol. Si la Tierra fuese una pelota de tenis, Júpiter sería una esfera de algo más de un metro de diámetro. El siguiente planeta que encontraríamos en nuestro viaje también es un gigante gaseoso, a pesar de que por lo majestuoso de sus anillos generalmente olvidamos su tamaño. Saturno tiene un diámetro de 115 mil kilómetros, y en nuestra escala sería una esfera de 90 centímetros de diámetro.

Urano y Neptuno, los dos planetas siguientes, también son gaseosos. Sus tamaños son bastante aproximados –51 mil y 49 mil quinientos kilómetros de diámetro respectivamente- pero más pequeños que los dos anteriores. En nuestra escala, serían esferas de 40 y 39 centímetros de diámetro, bastante más grandes que una pelota de baloncesto. En cuanto a Plutón, recientemente convertido en un “planeta menor” como Ceres, es un pequeñín de la mitad del diámetro de Mercurio (unos 2.390 kilómetros) y tendría en nuestro sistema ficticio el tamaño de una canica grande. Como puedes ver, es casi imposible dibujar en una misma página objetos con tamaños tan dispares manteniendo la escala. Y con las distancias ocurre exactamente lo mismo.


La escala de las distancias

Por comodidad, vamos a suponer que la distancia que separa la Tierra del Sol -unos 149.597.870.961 kilómetros son 100 metros. Eso convierte los 58 mil millones de kilómetros existentes entre Mercurio y nuestra estrella en sólo 38 metros. Venus, que en realidad está poco más de 108 millones de kilómetros del Sol se encontraría a unos 72 metros, y Marte -227 millones de kilómetros- estaría a unos 150 metros del Sol. A partir de aquí las distancias se incrementan rápidamente, lo que explica la relativa facilidad con la que las agencias espaciales han enviado misiones a los planetas mencionados y la prácticamente inexistencia de misiones al resto de los integrantes de nuestro sistema. Ceres, el gigante de los asteroides, se encontraría a unos 270 metros del Sol. Y Júpiter, que en realidad está a más de 778 millones de kilómetros de nuestra estrella, estaría a unos 520 metros.

El siguiente planeta, Saturno, se encontraría a 950 metros de distancia del Sol. Urano y Neptuno estarían a 1980 y 3100 metros respectivamente, y el frío Plutón a casi 4 kilómetros. Realmente, el Sistema Solar es un sitio enorme, difícil de apreciar en toda su magnitud. Pero así y todo, es prácticamente despreciable frente a las dimensiones de nuestra galaxia: en nuestra escala, Próxima Centauri -la estrella más cercana- se encuentra a 26 mil kilómetros de distancia. El centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, estaría a unos impresionantes 167 millones de kilómetros del Sistema Solar. Como se puede ver, la tarea de representar nuestro Sistema Solar en una lámina y con la escala correcta prácticamente carece de sentido.


martes, 2 de octubre de 2012

Desde la quietud del pensamiento

Fue un hombre bueno porque eligió ser un hombre bueno. Eso es lo que vengo oyendo desde que se nos marchara para siempre el verano pasado. Esa es la sentencia cuyo eco reposa en mi mente. Nunca se me habría ocurrido que llegara la triste ocasión de escribir estos renglones que nacen del grato recuerdo, el profundo respeto y la enorme admiración. Sin embargo, no es necesario que yo aporte nada para ensalzar sus numerosas cualidades como ser humano. Su espléndida bonhomía desbordaba y complacía a cualquiera que estuviera a su lado. Por eso su terrible ausencia deja a todos los que le conocimos un vacío inmenso que no acertamos a llenar. Porque no es posible pretender sustituir a alguien que tanto se dio a los demás, a una persona para quien la generosidad era una forma natural de vida. Él entendió desde muy joven esto que resulta tan difícil para la inmensa mayoría de nosotros: el secreto de esta existencia no reside tanto en preocuparse permanentemente por recibir de los demás sino en entregarse a ellos sin medida, sin esperar recibir nada a cambio. Esas eran su bandera, su estilo y sus maneras. Y fue también la valiosa enseñanza que nos dejó, de la cual deberíamos aprender para parecernos orgullosamente un poco a él.

Con estas premisas no tengo la menor duda de que lo estaban esperando en el cielo con las puertas abiertas de par en par para recibir a un alma generosa que pasó por este mundo haciendo el bien. Emprendió su último viaje haciendo el menor ruido posible, sin algarabías ni demasiados sufrimientos y molestias a los que tanto le querían. Allá en lo alto le habrán encomendado alguna importante tarea acorde con su calidad humana, y por eso habrá sido necesaria su ausencia aquí. No me caben otros consuelos. Con éste me resulta suficiente.

Hoy, desde la quietud del pensamiento en la noche cerrada del comienzo del otoño, vuelvo a darme cuenta de que cada vez que alguien muere habiendo ocupado un lugar destacado en nuestro tejido emocional, algo se marchita irremediablemente dentro de nosotros y es como si nuestro propio ocaso se acercara un poquito más. Porque es cierto que con él se han marchado muchas cosas para su familia y sus amigos. Ya nada será lo mismo y continuar será muy duro, pero no podemos permitir que eso sea razón ni argumento suficiente para abandonar la misión que se nos asigna cada día de nuestra existencia. Aquí y ahora, todo está por hacer y estoy seguro de que su voluntad sería que se hiciera sin excusas ni vacilaciones.

Transcurridos los días y las semanas con la lentitud propia de ese tiempo pasado que nunca deseamos que se aleje de nosotros por no separarnos aún más del ser querido, me hago plenamente consciente de lo afortunado que he sido al poder haber compartido amistad con una persona tan extraordinaria. Por eso quiero conservar su gratísimo recuerdo en mi memoria y no olvidar nunca sus bondades innatas, la sencillez que le caracterizaba y, en definitiva, su vida desenfadada procurando hacer más fácil y agradable la de todos aquellos que le rodeaban.

Su ejemplo, su nombre y su memoria quedarán siempre a buen recaudo mientras vivamos. Descansa en paz hasta volvernos a ver, buen amigo, descansa mecido por el delicado vaivén de las olas de tu playa querida. Un fuerte abrazo, allá dondequiera que estés...