miércoles, 2 de julio de 2014

Cuarenta versos sin nombre

Paseando esta noche tibia de luna llena hermana
por los humedales verdes en punta y flecha,
disgrego mis pensamientos con torpeza
mientras los pliegues cárdenos envuelven
cual dieciochesca mortaja, la piel de mi cuerpo.

No sé si ya lo he escrito, pero camino solo
y sin embargo vosotros venís eternos conmigo
y yo no os veo, no os puedo ver y sé que estáis,
venís a mi lado, a veces amigos y siempre enemigos
del amor, de la vida, del corazón, del agua y el dolor.

Vosotros estáis, siempre estáis serenos alrededor
respirando, mirando, callando y acechando
porque sois exánimes alimañas locas de hambre,
insaciables por vuestra zozobra y destino,
qué destino, qué implacable destino: el olvido.

Al cruzar esta calle de sueños abandonados
se mezclan las botellas vacías, los sacos mojados
y la fuerza macabra de un joven hecho astillas,
y aquí estáis, conmigo, rompiendo cristales
para gritarme a voces que nada de esto vale.

Erais valientes, héroes, villanos, náufragos,
y se os apagaron las velas del sombrero
y os quedasteis hartos de odio y demencia,
estáis pero no veis, no veis el mar y la arena,
ya no podéis ver vuestras huellas en la bajamar.

La madreselva y el jazmín desvelados me arropan,
testigos mudos de las puertas blancas cerradas
y los techos caídos sobre las camas blandas
en que durmieron inocentes los sexos anteriores,
y una mano acariciaba con ternura pechos de miel.

Espeluznantes gárgolas marinas de esta catedral
en ruinas que llora poemas vencidos y cuentos ocres
de un reino lejano azotado por vientos grises recios.
No tenéis razón, no tenéis razón piedra sobre piedra,
ese reino ya no tiene dueño, princesa ni razón.

Esta noche de sencillo insomnio y largo paseo
en que el peor gótico me ha salido al encuentro,
he aprendido a verter mejor mi sangre agotada,
he recordado que quizá soy el padre sin madre
de vuestro desvarío, de vuestras artes fatales.