miércoles, 26 de octubre de 2011

Nada permanece, todo cambia

Principio básico e inapelable. Nada permanece, todo cambia, todo, sin excepción. En el siglo V a.C. Heráclito de Éfeso, padre de la Teoría del Devenir, se atrevió a indagar en la idea de que “todo fluye y nada permanece”, que bien podría ser aprovechada también como eslogan comercial en los tiempos de voraz consumismo que corren. Y halló que, efectivamente, todo en el mundo estaba de paso, nada permanecía. “No podemos bañarnos dos veces en el mismo río” –afirmaba- y seguramente esta premisa se convirtió en punto de partida para todo su corpus de creencias. Según él, esto era lo normal en el mundo y pobre de aquel que se atreviera a transgredir esta norma y pretender vivir en contra de ella. Era saludable saber aceptarla y convivir con su presencia. Para él, el devenir es el Principio de Todas las Cosas.

Heráclito de Éfeso
Han pasado muchos siglos desde entonces y la humanidad ha evolucionado suficientemente como para lograr cotas inalcanzables hasta hace muy poco tiempo, sobre este sólido principio. El río fluye, los árboles mudan sus hojas y brotan flores y de ellas frutos; las personas crecemos y van cambiando nuestro aspecto, nuestro pensamiento, nuestro comportamiento, nuestra salud, etc. Cambian la ciudad, el campo, los animales, los vegetales, etc. Nada permanece… ¿acaso hasta el universo cambie…?

La sucesión de las estaciones anuales
como paradigma del cambio permanente.
Basta con pensar que, arrastrada por la inercia debida a la expansión del big-bang inicial de nuestro universo, la Tierra sufre un colosal y permanente desplazamiento dentro de su galaxia de aproximadamente 250 kilómetros por segundo –unos 15.000 kilómetros a la hora-. Ya podemos deducir que segundo tras segundo de nuestra existencia ocupamos un lugar distinto y muy alejado del que ocupamos en el segundo anterior dentro del universo conocido. No tenemos un lugar fijo en el que vivir. Es la señal más potente que nos habla sobre la transitoriedad y vulnerabilidad de la posición que ocupamos en el espacio. Todo está en permanente cambio, ni siquiera nosotros estamos en el mismo sitio que el día anterior, que la hora anterior o que el minuto anterior. Es sobrecogedor pensar en ello, pero es así de normal y cierto.

Testigo y fedatario de los cambios.
Dicho todo lo anterior –que puede llegar a resultar descorazonador para algunos-, soy de la opinión de que hay que asumir los hechos irrefutables y aprender a sacar partido de la situación. Por ejemplo, la innata resistencia al cambio que nos caracteriza a los humanos. Nos acostumbramos y acomodamos a determinadas circunstancias que rodean nuestra existencia y cuando alguna de ellas se ve modificada trayendo consigo cambios significativos en nuestro día a día, nos rebelamos y tratamos de eludir el nuevo escenario que se nos presenta. Si lo teníamos y al cabo del tiempo nos lo arrebatan, si aquella persona estaba a nuestro lado y deja de estarlo, si un día la vida nos sonreía y pasados los años lo que fue sonrisa se vuelve gesto adusto, no permitamos que nos hunda en la miseria porque todo cambia y es ley universal de la existencia de todas las cosas. No podemos pensar que todo va a seguir igual siempre por muy hermoso y agradable que sea. Aprovechemos los cambios, aprendamos y saquemos jugo de cada nuevo escenario. Aceptemos que nada permanece eternamente, todo cambia, todo puede cambiar... 

2 comentarios:

  1. Si todos conocemos este principio, por que nos negamos a aceptarlo?? Por que no aprovechamos los cambios?, la situación económica actual esta cambiando, pero no conseguimos ni ciudadanos, ni políticos ni todos los grandes cerebros que este cambio vaya a positivo nos aferramos a lo anterior. También es un principio;: “mas vale lo malo conocido…”

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  2. Maravillosa coincidencia; anoche mismo me ocurrió algo muy parecido a lo que has escrito, amigo Luis; quiero decir, que creemos que todo lo bonito de algo que tenemos entre las manos seguirá sempiterno y ¡no! no es así. Me ha encantado tu entrada. Un abrazo

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