viernes, 26 de febrero de 2010

La noche de los prodigios

Según recoge el diccionario de la R.A.E., se denomina prodigio al suceso extraño que excede los límites regulares de la naturaleza, a una cosa especial, rara o primorosa en su línea, y por último, un milagro.

Las tres acepciones están muy relacionadas con los acontecimientos que transcurren desde un poco antes de que nuestra Cruz de guía sale hasta que el palio hace su entrada. Ya desde las horas más tempranas, después de saludar con renovada ilusión al día que acaba de estrenar la primavera, puedes presagiar que algo cuasi sobrenatural se está preparando; algo grande va a suceder tomando como escenario principal el casco antiguo de la urbe. Se aproximan las horas supremas de la conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Paradójicamente, la noche más hermosa por antonomasia, la más intensa y sobrecogedora de todas las noches de Sevilla. La de nuestra querida y siempre anhelada Madrugada de Dios como dijera Montesinos.

No existe un momento concreto en el reloj a partir del cual puedas afirmar que empiezan a desencadenarse los hechos a los que quiero referirme. La frontera temporal entre lo que pasa antes y después de no se sabe bien qué, es muy difusa y apenas consigues apreciarla, pero es cierto que existe y que cuando caminas dirigiendo tus pasos hacia San Antonio Abad, no te encuentras con la misma ciudad que hayas dejado atrás en la tarde del Jueves Santo. No será parecida a ningún día del resto del año, ni siquiera respirarás el mismo aire que flotaba durante la semana. Todo parecerá haber cambiado
mientras que hayas estado descansando o simplemente vistiendo la túnica y el esparto. Estarás absolutamente convencido de ello, pero acaso habrás sido tú el que se haya transmutado y, como imbuido de una atmósfera sobrenatural, percibirás las cosas que te rodean con los sentidos más aguzados y los sentimientos a flor de piel.

Te aprestas a repetir el rito que supone reunirte fraternalmente con tus demás hermanos y salir al mundo para ir a presentar la más profunda reverencia al Santísimo Sacramento en la Catedral. Porque la noche del Viernes Santo en que realizas tu estación de penitencia para meditar sobre los padecimientos de Nuestro Señor Jesucristo permitiendo que ello impregne incondicionalmente tu existencia, es la misma noche en que el Señor fue arrestado, vejado, escarnecido y llevado a la más atroz condena a muerte que hayan visto los siglos. No hay que pasar por alto esta coincidencia, muy al contrario, debes ser plenamente consciente de ello como circunstancia en torno a la cual se desarrolle tu Madrugada.

Cuando entres en la iglesia, envuelto en la severa oscuridad apenas turbada por la luz de algunas candelas de cera morada, serás recibido por Jesús Nazareno como dueño y señor del lugar, acompañado de sus dos ángeles ceriferarios y los exquisitos faroles que iluminan su grada celestial cuajada de lirios y querubines. Un Credo será suficiente para que le rindas pleitesía y lealtad. A continuación te dirigirás a María Santísima de la Concepción junto a San Juan Evangelista, para saludarla con un Salve Regina, mientras aguarda serena en su templo de aires bizantinos convertido en el ascua de luz más deslumbrante y maternal que pueda haber.

Al mismo tiempo que la cofradía salga pausadamente por la puerta de la capilla, oirás unas saetas que nacen siempre del cariño y la devoción más puras desde un balcón apenas visible por el rigor de la noche cerrada, donde el resto del año anidarán los recuerdos en sepia y las nostalgias de tiempos pasados irrecuperables.

Verás cómo el silencio se hará sobre El Silencio. Una vez se halle la corporación al completo en las calles, se apreciará cómo late y suena el silencio, y es que el silencio suena y vive, hermano, ¡claro que suena y vive!, pero hay que saber escucharlo, y eso sólo ocurre mientras pase El Silencio regia y solemnemente. Los dos silencios se darán la mano mientras dure el hechizo pascual con la luna llena de la Parasceve como testigo. Y lo que estaba escrito de antemano será comprendido perfectamente sin necesidad de palabras porque la única Palabra, la verdadera Palabra se expresará, como siempre hizo, en la lengua universal de las almas y los corazones.

En la Santa Iglesia Catedral también descubrirás prodigios. Nadie me lo ha dicho, pero lo sé: las tres llamadas que hace el primer nazareno de la Madrugada de Sevilla en la puerta de San Miguel para que se abran sus hojas y permita adentrarse a la cofradía, van dirigidas inequívocamente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que moran en tan santa casa. Y una vez dentro, los ecos mezclados del ruan, el esparto, los llamadores, la timidez del oboe, el clarinete o el fagot y el crujido seco de las parihuelas al descansar en el suelo de las inmensas naves, se convertirán en voces a coro que suban al cielo como agujas góticas y entonces se dará a conocer cuál es el modo tan particular que emplea esta Hermandad para dirigirse al Todopoderoso cuando lo visita y adora anualmente en el templo mayor de la ciudad.

Podrás encontrarte con algún impedido postrado en una silla de ruedas, al discapacitado o al disminuido mirando absortos el discurrir de las filas de nazarenos y no llegarás a decidir si son ángeles revestidos de inocencia, desamparo y ternura enviados por el mismo Dios para recordarnos que estamos allí por y para ellos, o si verdaderamente son criaturas que de forma injusta sufren la peor de las suertes en la caprichosa lotería de la vida y el posterior trato, a veces indiferente, de los demás.

Verás lágrimas conmovedoras resbalar por el hermoso rostro de una anciana que a través del postiguillo de su vivienda contemplará ante sí el paso de la cofradía de sus amores. La misma a la que pertenece el hijo de sus entrañas que tuvo que marchar lejos para ganarse el pan de cada día y de paso entender definitivamente el abrazo a la Cruz de plata y carey que tantas veces limpió orgullosamente con sus propias manos.

Irán apareciendo a lo largo del camino muchas miradas desesperadas de ojos bañados por llantos contenidos a medio desbordar proclamando al mundo entero historias tan desgarradoras como reales en las que se suplica misericordia, perdón, salud o amor.

Tampoco querrás olvidar el encuentro con los niños porque ellos pueden verte con el mayor de los respetos y la candidez de la que son capaces. Por favor, no pierdas de vista el firmamento a punto de ver la luz que se atisba detrás de cualquiera de las expresiones de sus caritas, no dejes pasar la mirada fija en ti queriendo atravesar el ruan para escudriñar y entender un poco más a quien vive debajo. También esta Hermandad se dirige a ellos y los tiene muy presentes como preferidos de Dios, y es que hasta hay quien dice que ciertamente esta es la Hermandad de los niños a juzgar por la huella imborrable que deja para siempre en sus peculiares retinas ávidas por conocerlo todo.

Si te hallas cerca, también advertirás inesperadas y sinceras genuflexiones seguidas de una fugaz señal de la Cruz ante la talla menuda de la Inmaculada que engalana majestuosa el Simpecado primoroso que enarbolamos, como si con ello quisieran brindar un saludo anticipado a la Madre de Dios.

Oirás mil y un comentarios acerca del porqué de una Bandera Blanca flanqueada por una fría espada desn
uda y un humilde cirio encendido; sobre el portentoso silencio que empapa la procesión desde el principio hasta el final que hasta la solicitud de cualquier venia se produce sin el menor sonido; acerca de por qué el nazareno que está parado delante no responde, no mira y ni tan siquiera se perturba; sobre por qué sólo azahar y por qué cinco cruces potenzadas o acerca de quiénes son los que siguen al palio como sacados de una estampa añeja digna de otros siglos ya olvidados. Oirás una y otra vez variopintas teorías sobre el porqué de la Cruz llevada “al revés” y habrá quien por fin logre entender que se trata del Príncipe de la paz acogiendo sobre sus hombros el imperio del Padre como ya anunciara el profeta Isaías.

Deberías sentir el peso de la obligación que contraes por el mero hecho de que pueda haber tan sólo una persona sobre la faz de la Tierra que necesite encontrarse con las efigies del Señor y la Virgen, o quizá de alguna otra que se vea reconfortada al paso de la cofradía desde el principio hasta el final para conseguir tomar el aliento y las fuerzas con las que alcanzar a vivir un año más. Sin duda habrá quien haya estado esperando este reencuentro en algún rincón custodiado por naranjos en flor escenario de sus más recónditas vivencias cofradieras. Y justo en este lugar recibirá las armas poderosas de la fe, la esperanza y el amor para escribir una página más en el diario de su vida. Baste todo eso para justificar el esfuerzo que dedicamos en poner la cofradía en la calle. Baste para dar sentido, si quieres, a tus horas íntimas vestido de nazareno.
Al entrar en nuestra Real iglesia, el protocolo se invertirá y los primitivos nazarenos recibirán a sus Sagradas Imágenes como los servidores que esperan a los amos de la casa. Él, regresará con la dulzura inagotable de su mirada, la firmeza impasible en la zancada y el ímpetu invariable de su eterno abrazo. Ella, flor de azahar inmaculado, volverá cansada tras los pasos de su Hijo, pero seguirá deleitándonos con la inefable belleza de su precioso rostro de marfil nacarado nacido de las gubias serranas de Don Sebastián.

Después de lo que te acabo de contar, sabrás comprender que ésta es, verdaderamente, la noche en que ocurren los mayores prodigios que ve la ciudad que, por ser más o menos conocidos de nosotros, no pierden un ápice de la fuerza y el poder que se les supone, y de que, por tanto, eres un perfecto privilegiado elegido de entre tantos para vivirlos de cerca.

Así, de esta singular manera, te harás fiel continuador y orgulloso heredero de los que te precedieron para dejarte este inmenso y rico legado material a la vez que espiritual. Por eso te considerarás con toda seguridad en el centro metafísico del universo. Porque para los hermanos de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla, sensu stricto, la noche de los prodigios en que la vida se acaba y vuelve milagrosamente a empezar, es metafísicamente el eje sobre el que gira la Semana Santa por definición y devoción.

Revisa pues, hermano, los pasos y los pensamientos que te guían mientras sigas siendo elegido y seas capaz de seguir vistiendo la túnica. Inquiere entonces si es cierto que mereces tan enorme responsabilidad y distinción para saberlas defender por siempre y anunciarlas sin vacilación ni condiciones, a manos llenas, al orbe conocido.

Laus Deo.

¿Por qué callan los nazarenos de El Silencio?

Hace algunos días visitaba la Real Iglesia de San Antonio Abad con un viejo amigo que estaba de paso en Sevilla. Después de hacer gustosamente las veces de cicerone para él, nos sentamos y rezamos juntos ante las sagradas imágenes titulares de la Archicofradía de Jesús Nazareno. A continuación salimos a la calle a través del atrio mientras comentábamos los tesoros del arte que acabábamos de ver en el interior del templo, y entonces me preguntó gravemente:

- ¿Por qué callan los nazarenos de El Silencio? ¿Por qué guardan ese profundo, imperturbable, respetuoso y solemne silencio al paso por las calles de Sevilla?

Más allá de posibles tradiciones y costumbres heredadas a lo largo de los siglos, que indudablemente ha sabido conservar la Cofradía, mi respuesta inmediata fue la que siempre ha sido para mí motivo trascendente de reflexión:

- Porque no queda nada que decir, ¿acaso habría algo que decir que no se haya dicho ya?

Esta idea fue muy novedosa y reveladora para él. No esperaba una respuesta así, tan clara y concisa. Observé que la aceptaba con verdadera complacencia. Sin embargo, a mi amigo le hacían falta más argumentos, quería que le diera más razones para justificar nuestro comportamiento ejemplar en la estación de penitencia. De manera que continuamos nuestro paseo y, ante su indudable interés, fui desgranando pausadamente los motivos que podrían añadirse a mi primera respuesta.

No era necesario recordarle que esta forma estricta de penitencia –mudez absoluta con la mirada siempre al frente sin poder saludar a un familiar o conocido, sin pedir o comentar nada con nadie, ni beber o comer alimento alguno, etc…- es la que la Hermandad ha visto convertirse en seña de identidad con el paso de los años. No obstante, procuré que no perdiera de vista el verdadero significado y sentido teológico de comunión con la Pasión de Cristo que pienso subyace realmente.

Como se ha mencionado antes, hace mucho tiempo que ya está todo dicho y no hay más que decir. Sobran las palabras, no es necesario añadir nada. Porque si alguien habla en la Cofradía con verdadera autoridad ante la humanidad, ese es Jesús Nazareno. Con su sola presencia lo dice todo que para eso es el Verbo hecho Hombre. A su paso no hacen falta las palabras. Sólo hay que mirarle, contemplarle abrazado a la cruz y entender su lenguaje en silencio que hay silencios muy elocuentes.

Le dije que la Madrugada no es para nosotros el momento ni el lugar para hablar
y que en la Archicofradía de los Nazarenos, por respeto y principios, consideramos que lo adecuado es mantener un riguroso silencio ante lo que se avecina. Callamos por convencimiento propio. Creemos firmemente en nuestra peculiar forma de hacer estación de penitencia a la Catedral para poder reflexionar y meditar sobre los padecimientos que hubo de soportar Jesucristo; para tratar de imitar en nuestras vidas su forma abnegada de abrazar la cruz. No somos hieráticas filas de nazarenos góticos como si de una escalofriante estantigua se tratara. Este modo de salir en procesión tiene un significado preciso. La manera de expresarnos es precisamente callando. Así revela públicamente esta Hermandad sus más profundas creencias.

Por otro lado, es el mejor homenaje y recuerdo que podemos ofrecer a Aquel que justamente calló cuando más humillado y abandonado era ante todos aquellos que le odiaban o no podían comprenderle. Y así como los penitentes le imitan llevando la cruz invertida, todos los integrantes del séquito, en general, le imitamos guardando el mismo silencio que Él supo conservar en el trance de su Pasión y Muerte.

Y si nos fijamos en María, su Madre Inmaculada, podemos ver que, traspasada de dolor, se limitó a acompañar en la distancia a su Hijo junto a San Juan y las mujeres. María se atuvo a un mutismo conmovedor, llena de angustia y aflicción mientras duró el sufrimiento del Hijo. No se hizo notar en absoluto, antes al contrario, aceptó sumisamente el lugar que le correspondía como Madre del Cordero inmolado. Y si Ella no tenía nada que decir en aquella hora de amargura...

Finalmente, debemos pensar que es la voluntad de Dios. Es voluntad suya que su único Hijo descienda a la Tierra entre los hombres y muera sacrificado para redimir al género humano. Ante esto sólo queda aceptar y callar. No es necesario que hablemos. Eso es lo que vienen haciendo los nazarenos de la Archicofradía desde siglos atrás. Ese es el carácter que mantenemos en la calle, haciendo de él bandera que enarbolar orgullosamente los demás días del año como estilo y forma de vida ante las adversidades cotidianas. Así son los nazarenos que surgen de la Iglesia de San Antonio Abad en la Madrugada de Sevilla.

Tanquam ovis

Otoño de 2004

En 1903 estrena nuestra Archicofradía canasto para el paso del Señor, ornamentado con 44 querubines en actitudes dispares acompañando cartelas variadas y medallones con altorrelieves representando escenas de la Pasión y el Pelícano simbólico. Ejecutaron la talla José Gil y Juan Luis Guerrero siguiendo el diseño del maestro orfebre y escultor José Ordóñez quien también talló los relieves y querubines, para ser dorado el canasto posteriormente por el mencionado José Gil. Por tanto, son ya más de cien años los que lleva esta joya de estilo barroco en la Hermandad. Qué menos que detenernos un poco y aprender algo nuevo de lo que nos ofrece este suntuoso y espléndido canasto.

Me trae hoy hasta estas páginas de nuestro boletín, previo a la Cuaresma, la leyenda escrita que aparece dentro de algunas de esas cartelas que ennoblecen el paso de Jesús Nazareno. Imagino que no serán pocos los hermanos que, habiendo reparado en ella, no habrán sabido comprender su significado.

Se compone esta leyenda de cuatro frases escritas en latín que corresponden a otros tantos versículos repartidos entre el Libro de Isaías, Evangelio según San Juan y Génesis.

Siendo, seguramente, el libro más representativo de la literatura profética, se considera que Isaías es el profeta de la Pasión por las referencias concretas que hace a esta parte de la vida de Jesús. Junto con Job, es el mayor poeta de la Biblia, por sus dotes de composición y de evocación. Su tema principal es la esperanza mesiánica.

Por otro lado, el Evangelio de San Juan es tomado como el más espiritual y profundo en relación a la humanidad de Jesuscristo. Es el único de los cuatro Evangelistas que hace alusión al momento en que Jesús toma su cruz y sale del pretorio con ella camino del monte Calvario.

Respecto al Génesis, el versículo que aquí se trata se refiere al sacrificio que Dios solicita a Abraham pidiéndole a su hijo Isaac. Sostenido por una fe inquebrantable, Abraham carga con la leña para ofrecer en holocausto a su único hijo. Es tarea sencilla adivinar la similitud entre un sacrificio y otro a pesar de la distancia temporal que les separa. En ambos, la obediencia al Padre está presente en todo momento y el cumplimiento de su voluntad por encima de todo.

El significado de estos latinismos bien puede ser entendido como sigue:

(Frontal)
Cuius imperium super humerum eius.

Sobre sus hombros descansa el poder. (Is 9,5)

(Costero izquierdo)

Tanquam ovis ad occisionem ducetur.
Como un cordero llevado al matadero. (Is 53,7)

(Costero derecho)
Et baiulans sibi crucem exivit.
Y cargando con su cruz salió. (Jn 19,17)

(Trasera)
Portans lignum holocausti.
Llevando el leño del holocausto. (Gn 22,6)

Nada más real a poco que nos fijemos en el paso del Dulcísimo Nazareno. Acertada y concisa descripción de la escena que portan los costaleros en la Madrugada Santa de Sevilla cuando la Archicofradía hace su estación de penitencia a la Santa Metropolitana y Patriarcal Iglesia Catedral de la ciudad.

A principios del siglo XX, los hermanos de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla supieron ver en la lengua latina, lamentablemente depreciada hoy día, la forma culta para expresar, con palabras apropiadas, el drama y la dulzura que envuelven a nuestra Sagrada Imagen. Escogieron con esmero y especial interés estos versículos para dejar constancia del significado que tiene para nosotros el instante supremo en que el Salvador acoge amorosamente entre sus brazos la cruz. Porque, tomada con autoridad y señorío desde el primer instante, deja de ser patíbulo para convertirse en trono desde el que ejercer su realeza salvadora a todos los hombres.

Y a decir verdad, si contemplamos su bendito rostro de hombre entregado a la obra redentora, si le miramos a los ojos con sosiego desde el fondo de nuestra alma, es fácil pensar y creer que Él es el verdadero Cordero, ese que, abrazando su cruz arbórea del holocausto, es conducido al martirio llevando sobre sus hombros el poder y el imperio celestial de Dios Padre.