Estoy muy cansado de ellos. Me refiero a esos ignorantes osados que sólo aspiran en su existencia a sentarse gustosos en la puerta de su casa machacando todo cuanto encuentran a su alrededor sin dejar espacio ni tiempo al progreso humano y a las ideas de aquellos que quieren, pueden y saben aportar, sea mucho o poco, a la sociedad por el bien de todos. Se ríen cruelmente de aquel que destaca con duro esfuerzo en alguna faceta de la vida quedando, precisamente ellos mismos, en el más absoluto ridículo y sin saber cómo actuar con sentido racional. Son agentes vulgarizadores de la cultura circulando todo el tiempo contramano y entorpeciendo el tránsito de los demás. Ya está bien, ya es hora de que alguien escriba “cariñosamente” sobre ellos y les dedique unos míseros renglones para que sepamos cómo se las gastan.
Creen saberlo todo y estar preparados para opinar de todo, hablando siempre a borbotones y errando en enorme proporción a su palabrería. Lamentables insolentes, emponzoñados en la miseria de su pobreza intelectual, que hacen y dicen tan tercos y porfiados, dejando en evidencia que ni saben ni entienden de lo que pudieran y debieran saber y entender. Son imprudentes de todo punto en su participación social y casi siempre les falta la razón. Ya lo decía un buen amigo mío: No hay nada peor en el mundo que un cateto harto de sopa. Y lo peor es que desgraciadamente ellos eligen voluntariamente ser así, comportarse así, por eso son directos responsables de las dañinas consecuencias de su actuación frente a los demás.
Pues sí, señoras y señores, así es esta calaña de indeseables que anda suelta. Todos lo sabemos a estas alturas de la vida. Tengamos cuidado con ellos, mucho cuidado. Son perjudiciales.
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