El
error imperdonable es haber elegido hacerlo mal pudiendo haberlo hecho bien,
incluso teniendo los medios humanos y económicos junto a las capacidades
tecnológicas a su alcance para haberlo hecho bien, como se debían haber hecho
las cosas. Lo imperdonable es haberlo hecho peor de lo que cabía esperar
pudiendo haberlo hecho mejor. Y con el espantoso agravante de que la tragedia está
llevándose por delante miles de vidas inocentes a modo de genocidio con el
consiguiente e imborrable daño para todos sus seres queridos, por no hablar del
impacto económico y laboral que se avecina de forma inminente en España.
Con
todo, el enemigo más temible no era ese virus maldito, creado y diseminado sabe
Dios por quién o quiénes, sino la terrible y gigantesca ola de decadencia
cultural y moral que asola occidente a su antojo y en particular a España. La
estupidez, la ignorancia y la vulgaridad han terminado por acomodarse con todas
nuestras bendiciones en una gran parte de la población. Dan igual la edad, el
sexo, la condición económica, la capa social u otros parámetros. Todo ello en
nombre de una supuesta igualdad de razas y sexos, que no de géneros, como tan
equivocadamente se está proclamando en estos tiempos. Igualdad que unas veces conviene
defender y otras no tanto, según el viento que sople y el interés de quien
despliegue sus velas.
Definitivamente la estupidez campa a sus anchas haciendo y deshaciendo,
manipulada por la ignorancia arrastrada desde hace décadas fruto de la alarmante degeneración académica y humana auspiciada por los innumerables giros de los
planes educativos de nuestros sucesivos gobiernos. Así de claro y así de
sencillo. Definitivamente la estupidez invade las calles de nuestras ciudades
revestida de la más vergonzosa vulgaridad. Esa vulgaridad que desprecia la
excelencia y el esfuerzo en los estudios y en el trabajo, el buen gusto en las
maneras y hasta lo bello en cualquiera de sus variadas expresiones. Nada escapa
a esos tres espantosos pilares que sostienen esta lamentable y atroz decadencia
en la que cada vez nos vemos más inmersos con el pasmoso beneplácito de quienes
debieran vigilar y hacer vigilar que no se diera un sólo paso atrás, quizá
porque quieran aprovecharla ignominiosamente para terminar de destruir lo que
queda de España. La estupidez trae envilecimiento, la ignorancia trae
empobrecimiento y la vulgaridad trae embrutecimiento, y fatalmente unidos
acaban en odio, vesania y destrucción por dondequiera que pisen.
Mancillar,
vandalizar, derribar y pisotear estatuas y monumentos públicos dedicados a
personajes de la historia que aportaron su existencia al desarrollo del conocimiento
y el progreso de la humanidad en nombre de un cuestionable revisionismo
histórico, no conseguirá que su huella se borre, no logrará que su enorme
altura histórica desaparezca. No tiene el menor sentido arremeter contra
quienes, en el marco del momento histórico que les tocó vivir, hicieron lo que
consideraron mejor para nuestra especie, y así se lo han reconocido los siglos
venideros y todas las generaciones que los han habitado. Es de pura y lastimosa
ignorancia pretender negar siglos de historia, siglos de progreso y avance en
el conocimiento del ser humano con sus luces y sus sombras, por supuesto.
Faltan
libros y sobran derribos.
Falta
escuchar y sobra gritar.
Falta
pensar y sobra quemar.
Falta
sentido común y sobra violencia.
Falta
cordura y sobra estupidez.
Falta
cultura y sobra ignorancia.
Falta
excelencia y sobra vulgaridad.
Jesucristo,
Isabel la Católica, Colón, fray Junípero Serra, Cervantes, George Washington,
Churchill y tantos otros que ahora ven manchado su nombre y honor por mano de
la sinrazón, representan la historia, nuestra historia y nuestro pasado, pero
no conduce a nada pretender juzgar el pasado con los ojos del presente como
tampoco se puede comparar el pensamiento de alguien que vivió en el siglo XV
con el de alguien nacido en el XXI. ¿Hacemos desaparecer también todo lo que
tenga que ver con las civilizaciones de Egipto, Grecia o Roma que tanta mano de
obra esclava emplearon? Es absurdo e irracional, es negar de dónde venimos y
hacernos daño gratuitamente sin recibir nada a cambio.
Esa
historia y ese pasado son, a fin de cuentas, los de esta aldea global que hemos
consentido en los últimos lustros entre ingenuas sonrisas y aplausos engañosos.
Tal vez estemos empezando a darnos cuenta de que no era tan beneficioso ni tan
necesario dejar abiertas las puertas de par en par permitiendo que cualquiera
entrase, viniese de donde viniese, trajera lo que trajera, incluidos los virus,
la estupidez, la ignorancia y la vulgaridad sin límites.