El
tiempo de la espera se ha consumado. De nuevo, los días más anhelados regresan
por el camino más corto. Otra vez, las emociones más nobles vendrán
determinadas por el pulso de nuestra frágil memoria y volverán a apoderarse de
nosotros como si nunca antes las hubiéramos vivido. De nuevo, nuestros mejores
recuerdos retornarán con todo el peso y la claridad posibles para recordarnos
quiénes fuimos y de dónde procedemos. De nuevo, los días se harán más pausados
y las noches más aceleradas. En todo caso serán más espesos porque el valor sentimental
de cada escena convertirá el tránsito de las horas en una tarea aún más ardua
para cualquiera que se acerque a ver caminar esos enormes galeones dorados y esos
palacios de exquisita orfebrería en los que el Hijo de Dios y su Madre Bendita
serán paseados por la ciudad. A veces no respiraremos, a veces no pensaremos y a
veces sólo sentiremos. Por eso, debemos de cuidar los sentidos con esmero y abrir
de par en par las puertas de nuestra casa para dejar que la luz purificadora entre
y renueve cada rincón. Ha llegado el tiempo sin medida de la frontera entre lo
pasado y lo venidero. Ha llegado, por fin, nuestra Pascha.
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