‘La infancia de Jesús’, es el esperado tercer volumen de los
libros escritos por Joseph Ratzinger, Papa emérito Benedicto XVI, sobre la vida
de Jesucristo. En esta obra trata el origen, la infancia y la juventud de
Jesús. Con él, finalmente puede entregar en las manos de los lectores el libro
prometido desde hace largo tiempo sobre los relatos de la infancia de Jesús. No
se trata de un tercer volumen sino algo así como una antesala a los dos
volúmenes precedentes sobre la figura y el mensaje de Jesús de Nazaret que han
sido best sellers en todo el mundo. El libro, de 176 páginas, se compone de
cuatro capítulos, un epílogo y una breve premisa. Traducido a 20 idiomas y
publicado en 72 países, este tercer volumen de 'Jesús de Nazaret'
sigue al primero publicado en 2007 sobre 'La vida pública de Jesús' y al
segundo, publicado en 2011 acerca de 'La pasión y muerte de Jesús'.
El primer capítulo está dedicado a la genealogía del Salvador en los
evangelios de Mateo y Lucas, muy diferentes uno del otro, pero ambos con el
mismo significado teológico-simbólico: la colocación de Jesús en la historia y
su origen verdadero como principio; un nuevo inicio en la historia del mundo. El
tema del segundo capítulo es el anuncio del nacimiento de Juan Bautista y el de
Jesús. Joseph Ratzinger, releyendo el diálogo entre María y el arcángel Gabriel
según el evangelio de Lucas, explica que, a través de una mujer, Dios busca
“una nueva entrada en el mundo”. Para liberar a la humanidad del pecado,
escribe, citando a Bernardo de Claraval, Dios necesita “la obediencia libre” a
su voluntad. “Creando la libertad, Dios, de alguna manera, se ha hecho
dependiente del hombre. Su poder está unido al “sí”, no forzado, de una persona
humana”. Y así, solo gracias al asenso de María puede comenzar la historia de
la salvación.
El tercer capítulo está centrado en el acontecimiento de Belén y en el
contexto histórico del nacimiento de Jesús: el impero romano que -bajo Augusto-
se extiende de Oriente a Occidente y, con su dimensión universal, permite la
entrada en el mundo de un “portador universal de salvación” es, efectivamente,
“la plenitud de los tiempos”. Los elementos del relato del nacimiento están
llenos de significado: la pobreza en la cual “el verdadero primogénito del universo”
elige revelarse y “el esplendor cósmico” que envuelve el pesebre; el amor
especial de Dios por los pobres que se manifiesta en el anuncio a los pastores;
y las palabras del Gloria, objeto de traducciones controvertidas.
A los Reyes Magos, los sabios que vieron surgir la estrella “del rey de
los judíos” y fueron a adorarlo y a la fuga a Egipto, está dedicado el cuarto
capítulo. Las figuras de los “magos” -reconstruidas a través de una amplia gama
de informaciones histórico-lingüísticas y científicas- están dibujadas como un
emblema fascinante de la inquietud, de la búsqueda y de la expectativa interior
del espíritu humano.
Por último, el epílogo, con el relato -según el evangelio de Lucas- del
último episodio de la infancia de Jesús; de la última noticia que tenemos antes
del principio de su vida pública con el bautismo en el río Jordán. Es el
episodio de los tres días, durante la peregrinación de Pascua, en que Jesús,
con doce años, se aleja de María y de José para quedarse en el Templo de Jerusalén
discutiendo con los “doctores”. Él, que “crecía en sabiduría, edad y gracia”,
se manifiesta aquí en el misterio de su naturaleza de verdadero Dios y, al
mismo tiempo, de verdadero hombre que “piensa y aprende de modo humano”.
Distinguiendo lo esencial de lo secundario, el Papa recuerda que los
Evangelios no mencionan el buey ni la mula en la gruta de Belén. Su presencia en las representaciones
populares refleja una profecía sobre Israel. Del mismo modo, Benedicto XVI
confirma, como experto, que el nacimiento de Jesús tuvo lugar entre
los años 7 y 6 antes de Cristo. Es
bien sabido que la discrepancia con el año cero es un error de datación del
monje Dionisio, encargado de cambiar del calendario de Augusto al de
Jesucristo.
El Papa concluye su libro afirmando que las
palabras de Jesús son siempre mayores que nuestra razón. Superan siempre
nuestra inteligencia. La tentación
de reducirlas, de manipularlas para hacerlas entrar en nuestras medidas es
comprensible, pero la exégesis
bíblica correcta debe tener “la humildad de respetar esa grandeza que, con
frecuencia nos supera”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario