martes, 29 de abril de 2014

La infancia de Jesús

La infancia de Jesús’, es el esperado tercer volumen de los libros escritos por Joseph Ratzinger, Papa emérito Benedicto XVI, sobre la vida de Jesucristo. En esta obra trata el origen, la infancia y la juventud de Jesús. Con él, finalmente puede entregar en las manos de los lectores el libro prometido desde hace largo tiempo sobre los relatos de la infancia de Jesús. No se trata de un tercer volumen sino algo así como una antesala a los dos volúmenes precedentes sobre la figura y el mensaje de Jesús de Nazaret que han sido best sellers en todo el mundo. El libro, de 176 páginas, se compone de cuatro capítulos, un epílogo y una breve premisa. Traducido a 20 idiomas y publicado en 72 países, este tercer volumen de 'Jesús de Nazaret' sigue al primero publicado en 2007 sobre 'La vida pública de Jesús' y al segundo, publicado en 2011 acerca de 'La pasión y muerte de Jesús'.
 
El primer capítulo está dedicado a la genealogía del Salvador en los evangelios de Mateo y Lucas, muy diferentes uno del otro, pero ambos con el mismo significado teológico-simbólico: la colocación de Jesús en la historia y su origen verdadero como principio; un nuevo inicio en la historia del mundo. El tema del segundo capítulo es el anuncio del nacimiento de Juan Bautista y el de Jesús. Joseph Ratzinger, releyendo el diálogo entre María y el arcángel Gabriel según el evangelio de Lucas, explica que, a través de una mujer, Dios busca “una nueva entrada en el mundo”. Para liberar a la humanidad del pecado, escribe, citando a Bernardo de Claraval, Dios necesita “la obediencia libre” a su voluntad. “Creando la libertad, Dios, de alguna manera, se ha hecho dependiente del hombre. Su poder está unido al “sí”, no forzado, de una persona humana”. Y así, solo gracias al asenso de María puede comenzar la historia de la salvación.

El tercer capítulo está centrado en el acontecimiento de Belén y en el contexto histórico del nacimiento de Jesús: el impero romano que -bajo Augusto- se extiende de Oriente a Occidente y, con su dimensión universal, permite la entrada en el mundo de un “portador universal de salvación” es, efectivamente, “la plenitud de los tiempos”. Los elementos del relato del nacimiento están llenos de significado: la pobreza en la cual “el verdadero primogénito del universo” elige revelarse y  “el esplendor cósmico” que envuelve el pesebre; el amor especial de Dios por los pobres que se manifiesta en el anuncio a los pastores; y las palabras del Gloria, objeto de traducciones controvertidas.

A los Reyes Magos, los sabios que vieron surgir la estrella “del rey de los judíos” y fueron a adorarlo y a la fuga a Egipto, está dedicado el cuarto capítulo. Las figuras de los “magos” -reconstruidas a través de una amplia gama de informaciones histórico-lingüísticas y científicas- están dibujadas como un emblema fascinante de la inquietud, de la búsqueda y de la expectativa interior del espíritu humano.

Por último, el epílogo, con el relato -según el evangelio de Lucas- del último episodio de la infancia de Jesús; de la última noticia que tenemos antes del principio de su vida pública con el bautismo en el río Jordán. Es el episodio de los tres días, durante la peregrinación de Pascua, en que Jesús, con doce años, se aleja de María y de José para quedarse en el Templo de Jerusalén discutiendo con los “doctores”. Él, que “crecía en sabiduría, edad y gracia”, se manifiesta aquí en el misterio de su naturaleza de verdadero Dios y, al mismo tiempo, de verdadero hombre que “piensa y aprende de modo humano”.

Distinguiendo lo esencial de lo secundario, el Papa recuerda que los Evangelios no mencionan el buey ni la mula en la gruta de Belén. Su presencia en las representaciones populares refleja una profecía sobre Israel. Del mismo modo, Benedicto XVI confirma, como experto, que el nacimiento de Jesús tuvo lugar entre los años 7 y 6 antes de Cristo. Es bien sabido que la discrepancia con el año cero es un error de datación del monje Dionisio, encargado de cambiar del calendario de Augusto al de Jesucristo.


El Papa concluye su libro afirmando que las palabras de Jesús son siempre mayores que nuestra razón. Superan siempre nuestra inteligencia. La tentación de reducirlas, de manipularlas para hacerlas entrar en nuestras medidas es comprensible, pero la exégesis bíblica correcta debe tener “la humildad de respetar esa grandeza que, con frecuencia nos supera”.


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