sábado, 12 de abril de 2014

El primero de los días

Desde hace varios meses, el niño ve pasar las hojas del calendario que hay en la cocina de sus abuelos, con la conciencia plena de lo que tan lenta y lejanamente siente aproximarse a su más cercana realidad. No hace falta que nadie le diga que una hermosa mañana verá a su madre planchar primorosa la blancura de su túnica. Tampoco será necesario que alguien le recuerde el sagrado nombre del primer día de esa sucesión gozosa de días que con los años se convertirán en la más principal razón de su existencia. Nada de eso será necesario porque desde hace algún tiempo lo lleva impreso a fuego en lo más puro del alma. El niño volverá a encontrarse con el escenario de siempre, las mismas calles, los mismos naranjos, la misma luz, el mismo perfume y los mismos sones. Todo se repetirá haciéndose irrepetible. Pasará ante la ciudad que lo vio nacer, vestido de blanco solemne dentro de la clausura de su antifaz y entonces todo su ser se llenará hasta las mismas médulas de ese asombro que lo eleva y sublima sin descanso desde que tiene conciencia. Será su particular retorno a las más vetustas esencias, será la vuelta a las más profundas raíces. Será como volver a ser. 


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