Habría que retroceder en el tiempo, al menos, hasta el siglo XVI para poder hallar el origen que tuvo la presencia del clero, a través del Preste, en las procesiones de Semana Santa, contrastando con la actualidad en que ha quedado reducida prácticamente al Director Espiritual de la Hermandad que puede aparecer o no, acompañando a la presidencia de la cofradía con o sin rostro descubierto.
Para entender las raíces debemos tener en cuenta que la participación del clero era muy regular entonces puesto que las Hermandades, en su mayoría, residían en templos conventuales y no tanto parroquiales, con lo cual las órdenes o congregaciones religiosas aparecían representadas generosamente en la procesión. Unos años después, entrado ya el siglo XVII, la Cruz de la parroquia también se incorpora bajo mandato de la autoridad eclesiástica en la persona de D. Luis Fernández de Córdoba, a la sazón Arzobispo de Sevilla, siendo portada por el clero parroquial en representación de la parroquia a la que perteneciese la corporación.
Transcurridos los siglos y ya en la segunda mitad del XX, nos encontramos con un panorama general muy distinto en la ciudad de Sevilla. Las cofradías se han masificado hasta el punto de aglutinar verdaderas muchedumbres alrededor de los pasos y además, tras el Concilio Vaticano II la figura del Preste, considerada anacrónica, empieza a ser suprimida. Aquella que tanta importancia tuvo en siglos pasados, porque conviene recordar que la verdadera presidencia humana de la comitiva aparecía en el lugar de cierre de la misma, detrás del último paso, y correspondía al sacerdote, solemnemente revestido de capa pluvial y acompañado de sacristanes con sotana y sobrepelliz portando hachas de cera.
Cuando la estética barroca de los palios creció en detalles sublimes hasta cotas insospechadas, se generó una concentración humana alrededor de ellos que convirtió su estación de penitencia en una de las más duras, viéndose acosado entre el manto de la Virgen, la banda de música, el aguaó, la caña con el apagavelas, la escalera, el carrito, el policía, las promesas, etc.. Todo ello dio pie a que, renunciando a tal calvario, al principio cobrara estipendio por su servicio para, finalmente, desaparecer. Sin embargo, no es difícil observar que, aún hoy, algunas cofradías conservan la vieja estampa del Preste precedido por un cortejo litúrgico ceroferario, más o menos nutrido, cerrando filas detrás del último paso.
En la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla el cortejo litúrgico sigue conservándose y cumple todavía su función original. Hace su visita anual a la Santa Iglesia Catedral, como se puede pensar, tras el palio de María Santísima de la Concepción. En su “Historia crítica y descriptiva de las Cofradías de penitencia, sangre y luz fundadas en la ciudad de Sevilla” publicado en 1852, tenemos noticia, a través del historiador Félix González de León, de que ya en el primer tercio del siglo XVII en la Hermandad del Silencio, “…el clero parroquial cerraba la procesión, que nunca llevó tropa, tambores ni música.” En la actualidad, se abre con dos servidores en traje de librea de terciopelo morado oscuro seguidos de una pareja de ciriales gobernados por un pertiguero. A continuación siguen dos filas de hermanos portando cirios blancos y vestidos con sotana negra y sobrepelliz blanca haciendo las veces de aquellos sacristanes de siglos pasados. El número de parejas suele variar entre 5 y 10. Cierra el séquito el sacerdote con capa pluvial escarlata flanqueado de cuatro minoristas con dalmática del mismo color y tras ellos dos servidores más de librea igual que los primeros. Todo el cortejo se halla bajo el control y observación del correspondiente diputado canastilla, el cual está encargado de velar por el normal discurrir de esta parte de la cofradía y de que el horario establecido desde el Consejo Superior se cumpla rigurosamente, ya que es precisamente el cortejo litúrgico el que marca el tiempo de paso de la Hermandad en cada punto de control a lo largo de la carrera oficial. Este es un tramo muy particular pues tiene el privilegio de contemplar durante todo el recorrido el palio desde su parte posterior. Son especialmente sobrecogedores los momentos que transcurren en la Iglesia de San Antonio Abad cuando el diputado ordena a los componentes del séquito del Preste acceder a las naves de la misma a través del atrio y ver con sorpresa cómo hasta el último rincón está vacío de hermanos vestidos de ruán que minutos antes lo abarrotaban todo. Ya no hay murmullos, el silencio impregna solemnemente el aire, los nazarenos han terminado de salir del templo, se ha hecho la calma y sólo la luz titilante de la candelería del palio permite contemplar la escena íntima que se sucede: María Santísima de la Concepción aguarda serena y augusta, a su humilde guardia de respeto y avanza poco a poco por la capilla de Jesús Nazareno hasta alcanzar el dintel de la puerta para salir un año más a la calle.
A pesar de lo que se ha descrito anteriormente, podría pensarse que su labor primordial, sin que nadie la haya advertido nunca, es la de escoltar a la Virgen de forma que no quede sola al descubierto y desangelada, que no finalice la cofradía con su palio, que la procesión no se acabe con Ella sino con esta salvaguardia formada mayormente por niños. Es permitir que preceda al cortejo litúrgico dispensándole el mismo trato que se otorga a una hermosa dama cuando se le acompaña y se le deja pasar por delante en todo momento. Es como ir tras Ella en auxilio y consuelo de su honda pena, como si el alivio ofrecido por la conversación de San Juan no le bastase.
En Sevilla, son alrededor de veinte Hermandades las que aún salen a realizar su estación de penitencia cerrándose sus comitivas con el Preste. Sería deseable que pudieran seguir siendo fieles depositarias y conservadoras de esta costumbre que nos viene de tan lejos y que no se debería perder nunca.
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