El Cristo del Calvario ha llegado hasta nuestro lado trayendo sosiego, paz, silencio, intimidad y mucha ternura que es probablemente el sentimiento más conmovedor que me inspira esta dulce figura de Cristo muerto en la Cruz. Es la tercera vez que lo veo en su estación de penitencia anual acompañado de sus hermanos revestidos en negro ruán, pero ya lo he admirado otras veces en su parroquia. Y cada vez me cautiva con mayor fuerza, hasta el punto de que es uno de mis crucificados predilectos de Sevilla. Y tan sólo me estoy refiriendo a la talla en la cruz. ¿Qué decir de ese soberbio paso que lo lleva por los oscuros caminos de la Madrugada? Caoba, plata, lirios, claveles rojos y cuatro hachones conforman el majestuoso conjunto que yace bajo sus pies para que el afilado y frío empedrado de la calzada no le haga daño al pasearse en la madrugada del Viernes Santo. Es un Cristo muerto, pálido, agotado. Ya no tiene fuerzas ni para hablar con el Padre aunque ya está junto a Él en el paraíso. Hasta parece estar dormido por el cansancio después de recorrer las calles casi desnudo y clavado en el madero. Es eso, se ha quedado dormido. De repente se oye el griterío de los inquietos vencejos y las revoltosas golondrinas que, como aviso de la mañana que se avecina, van despertando y saliendo al encuentro de este Jesús del Calvario para hacerle el camino menos pesado. También ellas ponen su nota emotiva: se dice que fueron las que sacaron delicadamente las espinas clavadas en las sagradas sienes de Nuestro Señor Jesucristo. Y si te fijas, parece como si ahora también lo volviesen a hacer. Por eso no pueden faltar cuando, clareando el día, la cofradía se acerca a su iglesia de Santa María Magdalena.
Escrito en la primavera de 1996.
Santísimo Cristo del Calvario, Hermandad del Calvario, (Sevilla) |
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