¿Qué sabemos de las emociones? Es más, ¿qué sabemos de nuestras emociones? ¿qué son las emociones? ¿dónde nacen? ¿cómo afectan al desarrollo de nuestra existencia?
Una vez superada esta batería de interrogantes, empecemos por el principio.
Las emociones son ese motor que nos empuja y nos mueve a todos para vivir, a querer estar vivos interaccionando con el mundo que nos rodea y con nosotros mismos. Cumplen una serie de funciones como la defensa ante estímulos nocivos o aproximación a aquellos placenteros. Son las responsables de que nuestra respuesta ante cualquier estímulo sea polivalente y flexible, es decir, que podamos escoger la respuesta más útil y adecuada de un repertorio posible. Otra función que cumplen es la de mantener nuestra curiosidad y el interés por descubrir lo nuevo. También nos sirven para establecer vínculos comunicativos con los individuos de nuestro entorno. No hay que olvidar que el lenguaje emocional es un código muy primitivo que ha cohesionado familias, tribus y colectivos desde muy antiguo. También sirven para almacenar y evocar memorias de una manera más efectiva. Cualquier acontecimiento asociado a un episodio emocional es siempre mucho más fácil de recordar. Por último, las emociones y los sentimientos constituyen mecanismos que juegan un importante papel en el proceso de razonamiento, con lo cual podemos pensar que las emociones pueden ser consideradas los pilares básicos sobre los que se sostienen casi todas las funciones del cerebro. Se las puede considerar el único equipaje que traemos de fábrica al mundo: las emociones básicas y universales.
Ahora bien, las emociones suponen un motor vital de tanta fuerza y potencia, que se hace imprescindible ejercer cierto control sobre ellas con el fin de conocernos a nosotros mismos y poder relacionarnos adecuadamente con los demás. Y es que de la relación con los demás depende en gran medida la supervivencia del individuo. Por eso, alcanzar una inteligencia emocional pasa por adquirir ciertas habilidades sociales. Debemos ser capaces de saber qué alegra, entristece, conmueve o preocupa a quien está a nuestro lado. La empatía es un concepto clave en la tarea de entender a los demás. Se trata de la capacidad que tenemos para reconocer, comprender y conectar con las emociones ajenas, lo cual nos permite entender el punto de vista de los demás y la emoción desde la cual viven un suceso. Decía Ghandi que las tres cuartas partes de las miserias y malentendidos de este mundo se acabarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista.
Desde que se acuñara el término por primera vez en 1990, se define la inteligencia emocional como la habilidad para tomar conciencia de las emociones propias y las ajenas, y la capacidad para regularlas con el propósito de dirigir correctamente nuestros pensamientos y acciones. Para ello es necesario un ejercicio de autorregulación que conlleva alcanzar un equilibrio entre la impulsividad y la represión. Ninguno de los dos extremos es aconsejable e igualmente son perjudiciales. Pero para poder llegar a la autorregulación es preciso pasar antes por la toma de conciencia, es decir, llegar a ser conscientes de cuáles son las emociones que dominan y determinan nuestra existencia. Conciencia y regulación deberían ser consideradas competencias básicas de las personas.
La experiencia ya ha puesto de manifiesto los efectos positivos que puede tener la inteligencia emocional sobre la vida de las personas en aspectos como la ansiedad, el estrés, la indisciplina, comportamientos de riesgo, conflictos, etc, junto con un aumento de la tolerancia a la frustración y el bienestar emocional.
El proceso por el que una persona potencia las competencias que estamos tratando, se denomina educación emocional. Debe tener un carácter continuo, prolongado y eminentemente práctico. Pretende capacitar a la persona para adoptar una actitud positiva ante la vida con el fin de alcanzar un mayor equilibrio emocional. Hoy sabemos que la educación emocional debe empezar desde antes del nacimiento ya que se ha demostrado que el estado emocional de la madre puede afectar al feto. De hecho, el contexto familiar es una excelente oportunidad para el desarrollo de las competencias emocionales de cada uno de sus individuos. Sin embargo, también puede suceder que el resultado sea el contrario y surjan conflictos y emociones negativas que suponen un elevado coste en nuestra salud y en las relaciones interpersonales. Cuando nos encontramos con un sentimiento así, lo primero es tener conciencia de ello y aceptarlo. Luego habremos de aprender a gestionar adecuadamente la emoción para poder sentirnos mejor.
Por tanto, el desarrollo de la inteligencia emocional comienza en las primeras etapas de la educación del niño mediante programas educación emocional. Llega hasta la adolescencia que es un período para aprender a convertirse en adulto, no para convertirse en un adolescente con éxito. El diseño de los programas de educación emocional debe contar con la implicación y el apoyo de toda la comunidad educativa. Para ello es necesaria la formación previa del profesorado y la creación de planes de evaluación del programa concreto.
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