Estoy convencido. No estamos programados para la muerte. No existe un reloj biológico interno que nos esté esperando agazapado para señalarnos el momento a partir del cual nuestro deceso sea inevitable. No es cierto. Estamos, muy al contrario, programados para la luz, para la vida. Es un mito esta certeza humana de que estamos programados para morir, arraigada desde antiguo incluso en la comunidad científica que investiga el envejecimiento.
Creo que nuestro programa primordial es la supervivencia, durar el mayor tiempo posible. De hecho poseemos el llamado instinto de supervivencia que nos permite evitar situaciones de riesgo extremo. Examinando el cuerpo de una persona agónica, se puede observar que todas sus células y órganos intentan que el cuerpo siga vivo. El programa que rige la vida nunca se rinde ante la muerte. Precisamente la palabra agonía, procedente del griego, indica un combate o lucha feroz entre el cuerpo por resistir y el alma por liberarse. Y por si fuera poco, una vez convertido el cuerpo en cadáver todavía quedan millones de células luchando por mantenerse vivas –el mensaje de la muerte tarda mucho en extenderse por todo el organismo- y órganos en perfecto estado aprovechables para cualquier trasplante. El cuerpo, por tanto, presenta una dura oposición a la muerte, lo cual desmonta la teoría de una muerte programada ante la cual nuestro organismo deba arrodillarse. ¡¡Cuantas batallas cercanas a nosotros se le han ganado ya a la muerte…!!
Nuestros genes están diseñados para determinar, en parte, nuestra vida, y una de sus funciones es asegurar nuestra supervivencia. Sin embargo, también es cierto que el cuerpo envejece y muere por muy maravillosamente programado que esté para la vida. Por eso no podemos sobrevivir indefinidamente. Desde que nacemos estamos en contacto íntimo con un amigo-enemigo: el oxígeno. Nos permite realizar nuestro metabolismo y obtener energía vital para nuestro desarrollo pero al mismo tiempo es responsable de nuestra oxidación interna y externa, y si además lo acompañamos de malos hábitos –falta de ejercicio, tabaco, alcohol, exceso de azúcares, exceso de grasas animales, etc.- estamos contribuyendo a acelerar el proceso de deterioro y envejecimiento de nuestro cuerpo. Pero mientras tanto, el programa para la vida seguirá su curso contra viento y marea porque ese es el objetivo, vivir, sobrevivir y dejar la mejor herencia posible a nuestros descendientes.
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