Quiero a la ciudad de Cádiz, por diversas razones. Quienes me conocen bien lo saben. Mis vínculos con ella son variados y es algo que llevaré toda mi vida, no puedo renunciar ni despojarme de ello. Tampoco tengo interés alguno en hacerlo. Siempre he sabido apreciar el fino encanto de sus calles y sus plazas o disfrutar de la gracia con que sus habitantes impregnan su forma de hablar o comportarse en el trato diario. ¿Cómo no quedar sorprendido ante la suntuosidad de las casas indianas o la hermosura de sus iglesias, plazas o balcones que dan a la bahía? ¿Cómo no deleitarse con las ocurrencias de sus paisanos disfrazando con humor del mejor, el panorama cotidiano de nuestras vidas?
Sin embargo, por desgracia, empiezo a notar desde hace algunos años cierto tufillo molesto a rancia libertad, democracia malentendida, derechos humanos adulterados, obligaciones secuestradas, ética pisoteada y moral machacada, alrededor de su universalmente conocido carnaval. El último episodio ha sido este año. No, mire usted, no. No es de recibo que mi querida ciudad de Cádiz se divierta en sus días de carnaval permitiendo actuar en el admirable Gran Teatro Falla a ciertas agrupaciones que incluyen entre sus letras mofas, sarcasmos e ironías a cuenta del trágico acontecimiento ocurrido el año pasado en la Basílica del Gran Poder en Sevilla. No parece que sea razonable ni necesario valerse de este suceso en contra del Señor para poder justificar determinada actuación en el concurso de agrupaciones. Es muy lamentable que se agreda impunemente e insulte a las devociones y a los sentimientos más íntimos de las personas para disfrutar unos días de fiesta. No es humano ni valiente reírse del daño y el dolor ajenos. Se equivocan quienes piensen así. Es impropio del Cádiz que he conocido toda mi vida, no lo reconozco. Podría desarrollar mucho más el tema pero creo que ya no es necesario a estas alturas. Porque se me ocurren muchas más cosas pero es preferible dejar lo escrito hasta aquí.
Me asiste el consuelo de que aún nos queda por celebrar el Triduo de Carnaval en desagravio al Santísimo, a Dios en cualquiera de sus muy respetables, veneradas y sagradas imágenes seculares que pueblan nuestra tierra andaluza, incluida Cádiz.
Sin embargo, por desgracia, empiezo a notar desde hace algunos años cierto tufillo molesto a rancia libertad, democracia malentendida, derechos humanos adulterados, obligaciones secuestradas, ética pisoteada y moral machacada, alrededor de su universalmente conocido carnaval. El último episodio ha sido este año. No, mire usted, no. No es de recibo que mi querida ciudad de Cádiz se divierta en sus días de carnaval permitiendo actuar en el admirable Gran Teatro Falla a ciertas agrupaciones que incluyen entre sus letras mofas, sarcasmos e ironías a cuenta del trágico acontecimiento ocurrido el año pasado en la Basílica del Gran Poder en Sevilla. No parece que sea razonable ni necesario valerse de este suceso en contra del Señor para poder justificar determinada actuación en el concurso de agrupaciones. Es muy lamentable que se agreda impunemente e insulte a las devociones y a los sentimientos más íntimos de las personas para disfrutar unos días de fiesta. No es humano ni valiente reírse del daño y el dolor ajenos. Se equivocan quienes piensen así. Es impropio del Cádiz que he conocido toda mi vida, no lo reconozco. Podría desarrollar mucho más el tema pero creo que ya no es necesario a estas alturas. Porque se me ocurren muchas más cosas pero es preferible dejar lo escrito hasta aquí.
Me asiste el consuelo de que aún nos queda por celebrar el Triduo de Carnaval en desagravio al Santísimo, a Dios en cualquiera de sus muy respetables, veneradas y sagradas imágenes seculares que pueblan nuestra tierra andaluza, incluida Cádiz.