Leo en un diario de tirada nacional la propuesta de implantar en los colegios una asignatura de empatía que contribuya a erradicar la lacra del acoso escolar que tanto daño está causando entre los más jóvenes. El grado de violencia y falta de respeto detectado en los centros educativos está alcanzando cotas espantosas e intolerables. Obviamente, la situación no invita a quedarse cruzado de brazos y dejar que la vida siga su curso sin más. No queda otro remedio que tomar cartas en el asunto y poner los medios que sean necesarios para solucionar ese problema. Como en otros casos, trabajar el asunto desde la raíz parecería lo más adecuado. A algún político se le ha ocurrido la feliz idea de incluir en los programas educativos una asignatura que enseñe a los niños empatía. Sin embargo, es posible que esté olvidando que existen valores humanos que deben traerse aprendidos de casa o, cuando menos, una importante base que posteriormente vaya arraigando en los demás ámbitos en los que la vida de la persona se desarrolle. Puestos a crear asignaturas estupendas, podríamos inventar también la de "No robar lo ajeno", "No pegar a nadie" y "Saludar, dar gracias, pedir perdón y despedirse", todas ellas materias que deberían recibirse en casa desde la cuna. Escribo en nombre de muchas generaciones que crecimos sin recibir ni una hora de clase de dicha asignatura ni otra similar y aún así aprendimos a ponernos en el lugar del otro. No todo era maravilloso en los colegios de entonces, de todo había, pero sí que recibimos en nuestras casas la imprescindible guía de la familia para hacer de nosotros las mejores personas posibles. No había necesidad de que nadie nos lo dijera en el colegio, bastante teníamos con aprender lengua, matemáticas, ciencias naturales, inglés, historia o dibujo. Lo natural.
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