No es
cómo lo hagas, es cómo me lo digas con tus palabras. Estoy seguro de que sabes
entender esta idea que me llena la cabeza desde hace tantos días. No sé cómo
piensas hacerlo, no me importa. Lo que me inquieta es cómo me lo vayas a decir.
Porque, aunque las palabras se las lleve el viento las más de las veces,
también es cierto que hay momentos en los que se hace necesario oír
declaraciones del alma que nos llenen el espíritu con aquello que se convierte
en la razón cardinal para poder dar el siguiente paso en la vida. Tus palabras
te representan y eso significa que cuando las dices es porque les das tu mayor
credibilidad. Dime, entonces, lo que sabes que me debes decir, dime lo que
sabes que necesito oír. No lo dejes pasar. Dímelo, por favor.
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