Al volver en sí una mañana tibia se dio cuenta de que aquel
maravilloso tiempo para comunicarse tantas palabras estaba agotado. Había
llegado el momento de cerrar capítulo como tantas veces antes había hecho en su
vida. Ahora y para siempre, decenas de gratos recuerdos anidarían perennes en
su cabeza. Después, alguien que le apreciaba le recordó sabiamente la hermosura
de aquel rayo de luz que había estado iluminándole a lo largo de aquel camino.
También sabía eso, y lo agradecía de veras. Sin embargo, lo que de verdad le
pesaba en el alma eran las enormes ausencias recién estrenadas, una por cada
tarde del último invierno. El crujido del paso del tiempo se convirtió en el mejor
bálsamo. Y dicen que sus lágrimas interiores fueron fieles testigos.
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