El Asilo del Port, ubicado entre el puerto y la falda de la montaña de
Montjuich, era una institución que formaba parte de la red de Beneficencia
Infantil de Barcelona, adonde iban a parar los niños huérfanos o aquellos
delicados de salud cuyas familias no podían procurarles las atenciones
necesarias. “El hijo del
enterrador” cuenta una
historia real, la de Jordi Guardiola Dumé, que a finales de la década de los
cincuenta sobrevivió a su internamiento durante tres años en el Asilo del Port.
El libro se desarrolla a través de la mirada de Jordi, un niño de ocho años,
enfermizo y débil, que traba una amistad fraternal con otros dos chicos del
internado: Eloy y Ricardo.
Jordi es hoy un hombre de sesenta y dos años que no ha podido arrinconar
aquel imborrable periodo de su vida, ni ha querido enterrar el recuerdo de esa
especie de familia que formaron los tres niños, quienes al igual que tres
hermanos se confabularon cuando hizo falta, se consolaron en los momentos de
desesperanza, y aprendieron juntos a reírse de ellos mismos y a ser felices
pese a tenerlo todo en contra. Sus recuerdos novelados conforman esta historia,
que es también un retrato de la Barcelona de la década de los cincuenta, una
ciudad en la que no era fácil sobrevivir para las clases trabajadoras más
desfavorecidas.
José Luis Romero ofrece un relato duro pero entrañable. Son las primeras
palabras que se me vienen a la cabeza haciendo balance después de haber leído
este libro hace muy pocos días. De la mano de nuestros protagonistas el lector
será testigo de la rivalidad, abuso y maltrato de los más grandes y fuertes
hacia los más pequeños, y del apuro de los tres chicos para escapar a todas
esas dificultades. Como hemos dicho, es una novela dura pero a la vez cordial
que nos muestra la cara menos amable de la relación de los chicos con las
severas Esclavas del Corazón de María, orden religiosa que tutelaba el Asilo
con una férrea disciplina. En definitiva, se trata de una cruda historia de
niños junto a sus familias tratando de salir adelante con lo poco que había. A nadie
puede dejar indiferente porque esa era la realidad –sin elemento alguno de
ficción- y así fue como sucedieron las cosas en aquellos días.