Fue un hombre bueno porque eligió ser un hombre bueno. Eso es lo que vengo oyendo desde que se nos marchara para siempre el verano pasado. Esa es la sentencia cuyo eco reposa en mi mente. Nunca se me habría ocurrido que llegara la triste ocasión de escribir estos renglones que nacen del grato recuerdo, el profundo respeto y la enorme admiración. Sin embargo, no es necesario que yo aporte nada para ensalzar sus numerosas cualidades como ser humano. Su espléndida bonhomía desbordaba y complacía a cualquiera que estuviera a su lado. Por eso su terrible ausencia deja a todos los que le conocimos un vacío inmenso que no acertamos a llenar. Porque no es posible pretender sustituir a alguien que tanto se dio a los demás, a una persona para quien la generosidad era una forma natural de vida. Él entendió desde muy joven esto que resulta tan difícil para la inmensa mayoría de nosotros: el secreto de esta existencia no reside tanto en preocuparse permanentemente por recibir de los demás sino en entregarse a ellos sin medida, sin esperar recibir nada a cambio. Esas eran su bandera, su estilo y sus maneras. Y fue también la valiosa enseñanza que nos dejó, de la cual deberíamos aprender para parecernos orgullosamente un poco a él.
Con estas premisas no tengo la menor duda de que lo estaban esperando en el cielo con las puertas abiertas de par en par para recibir a un alma generosa que pasó por este mundo haciendo el bien. Emprendió su último viaje haciendo el menor ruido posible, sin algarabías ni demasiados sufrimientos y molestias a los que tanto le querían. Allá en lo alto le habrán encomendado alguna importante tarea acorde con su calidad humana, y por eso habrá sido necesaria su ausencia aquí. No me caben otros consuelos. Con éste me resulta suficiente.
Hoy, desde la quietud del pensamiento en la noche cerrada del comienzo del otoño, vuelvo a darme cuenta de que cada vez que alguien muere habiendo ocupado un lugar destacado en nuestro tejido emocional, algo se marchita irremediablemente dentro de nosotros y es como si nuestro propio ocaso se acercara un poquito más. Porque es cierto que con él se han marchado muchas cosas para su familia y sus amigos. Ya nada será lo mismo y continuar será muy duro, pero no podemos permitir que eso sea razón ni argumento suficiente para abandonar la misión que se nos asigna cada día de nuestra existencia. Aquí y ahora, todo está por hacer y estoy seguro de que su voluntad sería que se hiciera sin excusas ni vacilaciones.
Transcurridos los días y las semanas con la lentitud propia de ese tiempo pasado que nunca deseamos que se aleje de nosotros por no separarnos aún más del ser querido, me hago plenamente consciente de lo afortunado que he sido al poder haber compartido amistad con una persona tan extraordinaria. Por eso quiero conservar su gratísimo recuerdo en mi memoria y no olvidar nunca sus bondades innatas, la sencillez que le caracterizaba y, en definitiva, su vida desenfadada procurando hacer más fácil y agradable la de todos aquellos que le rodeaban.
Su ejemplo, su nombre y su memoria quedarán siempre a buen recaudo mientras vivamos. Descansa en paz hasta volvernos a ver, buen amigo, descansa mecido por el delicado vaivén de las olas de tu playa querida. Un fuerte abrazo, allá dondequiera que estés...
Gracias cariño, por estas palabras que me han emocionado, por todas tus palabras siempre, por tus sinceros sentimientos hacias él, por estar ahí...
ResponderEliminarMe quito el sombrero por esas palabras...y me quedo sin ellas...Yo también te doy las gracias grandullón, porque como dice la peke, son sentimientos sinceros. Qué bueno que estés ahí con ella, qué bueno que ella también contigo y qué mejor aún que yo tenga el placer de teneros!! Un besazo enorme a los dos, ya lo sabéis, os quiero.
ResponderEliminarQué bellas palabras, de verdad, qué bellos recuerdos...