Tienes
el privilegio de caminar por la más lejana memoria de la ciudad acompañando a
las devociones que tiempo atrás te convocaron en silencio a su vera, y sin
embargo son ellas las que te llevan clementes de su mano. Ocurre una vez cada
año y aún no entiendes que semejante acontecimiento tiene mucho más que ver
contigo que con lo que suceda fuera a tu alrededor. No es que pretendas ser ajeno
a ello, pero con la edad tiendes a prestar mayor atención a lo que descubres intramuros
de tus dominios. Lo que te pasa por dentro no es exactamente lo que hayas visto
y oído a lo largo de las horas que ocupan tu sagrado trance espiritual. No son
las melodías, las palabras y conversaciones de unos con otros; no son las
innumerables escenas que aparecen frente a tus ojos renovando o desempolvando
viejos recuerdos debidamente custodiados. Nada de eso te acercará a los arcanos
y profundidades que la noche milenaria de incienso y azahar guarda para ti. Lo
que se te queda para los restos, capa sobre capa, surge en tu interior. Ahí se
halla toda explicación que quieras buscar a este insondable misterio después de
darle todas las vueltas que se te vengan al pensamiento.
Es un encuentro contigo mismo y con Dios a través de la dulce mirada y el contraposto de ese Hombre en majestad que abraza sin descanso el trono arbóreo que los siglos han convertido en un pentagrama de gules prendido en tu pecho. Verás y escucharás, sin duda, pero también habrá lugar para meditar y rezar. Y todo ello, cuidadosamente mezclado y pasado por el tamiz aquilatador de la eterna Madrugada, será justamente lo que te llevas, lo que verdaderamente te marca para siempre, porque esto es para siempre desde el primer día en que fuiste dichosamente admitido como uno más. Es un volver a tu yo más íntimo y privado, ese que nadie sospecha entre la vorágine de los días amontonados en un sencillo cuaderno de maestro. Pero llega una noche como ésta y entonces ese yo queda al descubierto por la Luz hasta el alma porque ante la Luz nada se esconde, nada se oculta y tú ya lo sabes, hace mucho tiempo que lo sabes y por eso lo esperas paciente como alivio y descanso a tantas cruces de sombra alargada que se agolpan entre tu espalda y tu conciencia. Eso es lo que buscas, eso es lo que te pasa y es lo que te quedas.