Mis ojos nunca han podido verte porque nuestros caminos no estaban pensados
para que lo hicieran. Mis manos nunca han acariciado tu piel con ternura pero acaso se hubieran conformado con haber tenido el privilegio de protegerla ante cualquier ofensa. Nunca he hablado contigo paseando juntos bajo un cielo
cuajado de estrellas, ni te he escrito un sólo poema en la noche cerrada. Y sin
embargo, en muy pocos días me han contado de tu vida todo lo que me hacía
falta para creerte a ciegas mi amiga, mi confidente, mi hermana o incluso mi
novia.
Es como si ya te conociera años atrás, como si ya supiera casi todo de ti y bastara para dolerme hasta lo más profundo del alma la atrocidad de tu repentina y lacerante ausencia
de la faz de la tierra. A solas estoy pensándote, a solas me veo cada hora tragando lágrimas amargas, arrebatado el derecho a
defenderte con mi abrazo y toda mi fuerza. Se pierde, quizá enamorado, mi
sentido contemplando tu hermoso rostro y tu celestial mirada de princesa lejana,
y no logro comprender los misteriosos designios de nuestra existencia, pero
respeto confiado la voz de Quién te ha llamado a su presencia, aunque mis labios nunca
puedan quererte, Laura, aunque mis manos jamás puedan llegar a consolarte.