Paseando esta noche tibia
de luna llena hermana
por los humedales verdes
en punta y flecha,
disgrego mis pensamientos
con torpeza
mientras los pliegues
cárdenos envuelven
cual dieciochesca
mortaja, la piel de mi cuerpo.
No sé si ya lo he
escrito, pero camino solo
y sin embargo vosotros
venís eternos conmigo
y yo no os veo, no os
puedo ver y sé que estáis,
venís a mi lado, a veces
amigos y siempre enemigos
del amor, de la vida, del
corazón, del agua y el dolor.
Vosotros estáis, siempre
estáis serenos alrededor
respirando, mirando,
callando y acechando
porque sois exánimes
alimañas locas de hambre,
insaciables por vuestra
zozobra y destino,
qué destino, qué
implacable destino: el olvido.
Al cruzar esta calle de
sueños abandonados
se mezclan las botellas
vacías, los sacos mojados
y la fuerza macabra de un
joven hecho astillas,
y aquí estáis, conmigo,
rompiendo cristales
para gritarme a voces que
nada de esto vale.
Erais valientes, héroes,
villanos, náufragos,
y se os apagaron las velas
del sombrero
y os quedasteis hartos de
odio y demencia,
estáis pero no veis, no
veis el mar y la arena,
ya no podéis ver vuestras
huellas en la bajamar.
La madreselva y el jazmín
desvelados me arropan,
testigos mudos de las
puertas blancas cerradas
y los techos caídos sobre
las camas blandas
en que durmieron
inocentes los sexos anteriores,
y una mano acariciaba con
ternura pechos de miel.
Espeluznantes gárgolas
marinas de esta catedral
en ruinas que llora
poemas vencidos y cuentos ocres
de un reino lejano azotado
por vientos grises recios.
No tenéis razón, no
tenéis razón piedra sobre piedra,
ese reino ya no tiene
dueño, princesa ni razón.
Esta noche de sencillo
insomnio y largo paseo
en que el peor gótico me
ha salido al encuentro,
he aprendido a verter
mejor mi sangre agotada,
he recordado que quizá
soy el padre sin madre
de vuestro desvarío, de
vuestras artes fatales.