Caminaba con dificultad apoyado en un recio bastón de madera. Era hombre de
gran corpulencia. No nos conocíamos. Me saludó amable con un sencillo "buenos días" al quedar a mi lado
esperando la llegada del ascensor como hacía yo. Cuando las puertas se abrieron
decliné el paso que me cedía y le ofrecí que accediera antes que yo. Pregunté y
supe que iba a la primera planta, mientras que yo continuaría hasta la cuarta.
Pasados unos segundos las puertas volvieron a abrirse en su destino, inició su
arduo caminar y se despidió de mí:
-Que haya mejoría. -me dijo con tono inequívocamente cordial.
-Muchas gracias, igualmente. -contesté desconcertado.
Quedé mudo, lo reconozco. Acababa de vivir una escena con sabor de otra época, de otra década, incluso de otro siglo. De esas que ya son tan escasas.