Ésta es la última entrada que se publica en “Tanquanovis” este año. Quiero terminar 2011 con ésta porque se la debo a alguien, aunque no lo sabe ni lo podrá saber nunca porque ya no se encuentra entre nosotros. Se marchó hace algo más de un mes. No podría asegurar desde cuándo la conocía aunque fuera sólo de vista o de intercambiar unas pocas palabras en su lugar de trabajo. Pero sí puedo afirmar que fueron muchos, muchos años en los que siempre que iba la veía allí, en lo que ahora llaman ampulosamente “Palacio de la Gastronomía Onubense”. Muy rara vez la encontré paseando por alguna calle de la ciudad. No éramos lo que se dice conocidos, ni siquiera supe su nombre alguna vez. Sólo puedo decir que cuando iba a comprar plátanos a su puesto me encontraba siempre a una hermosa y sosegada muchacha que tenía palabras agradables y sonrisas bonitas para todo aquel que se acercara. Nunca le vi un mal gesto ni le oí una voz más alta que otra. Su rostro era de una belleza particular. Cierta palidez para una piel cuidada y unos ojos castaños que irradiaban calma hablando con elocuencia de sus vicisitudes personales. Era una especie de ángel terrenal repartiendo serenidad y equilibrio interior.
Nunca supe de su vida hasta que hace muy pocos años me contaron que estaba casada y que hasta era abuela a pesar de lo joven que yo la veía. Siempre fue joven para mí. Jamás vi en ella a una abuela o a una madre. Era la más guapa y preciosa de aquel viejo mercado que ya no existe porque lo derribaron para construir uno nuevo muy cerca. Sin embargo, en este último lugar nunca la vi. Ya se encontraba mal, estaba malita del mundo loco envenenado éste que nos acosa y eso pudo con ella.
Cuando he sabido recientemente de su fatídico fallecimiento no he podido evitar las lágrimas nacidas de lo profundo. Algo se rompió dentro de mí secándose a solas. No pude creer que ya hubiese sido su hora, le quedaba mucha vida por delante. Ahora sé con seguridad que era un ángel escogido y enviado por el mismo Dios para darnos ejemplo de vida y de trabajo en paz con todos y con ella misma. No se explica de otra forma esa actitud modélica que mostraba al mundo desde su pequeño cubículo donde gustosamente vendía fruta. Siempre me acordaré de ella, de su hermosa sonrisa, de sus ojos y su trato exquisito y ecuánime. Su recuerdo vendrá conmigo. Nunca la olvidaré.
He rezado y llorado mucho por su alma y sé que está en el cielo con todos los ángeles porque ella, sin duda, era uno más…
Hasta siempre, querida.