Los tristes y sobrecogedores sucesos ocurridos en las últimas semanas lo dejan a uno casi sin aliento y con el corazón latiendo muy bajito como para no molestar haciendo demasiado ruido, o tal vez con un vigor inusitado como queriendo hacer un sobreesfuerzo por mantener a salvo el hilo del que casi siempre parece pender la vida. Y con todo, aún hallamos al amanecer razones y motivos para no desfallecer en el intento, para no rendirnos por muy descorazonadoras que sean las evidencias que la cruda realidad nos muestra sin clemencia. El camino es el que es y no hay otro, de verdad que no hay otro. No podemos cambiar lo que pasa a nuestro alrededor. No podemos hacer que todo vuelva atrás para que las cosas ocurran de nuevo como cuando se suplica una segunda oportunidad. Hay cosas que suceden en un sólo ensayo y luego no hay retorno para tratar de que salgan mejor.
Creo
que con el correr de los años se nos van quedando atrás otras vidas que hemos
tenido el privilegio de disfrutar en otros lejanos escenarios junto a personas y
animales que nos amaron y a los que amamos pero que desgraciadamente por unas
circunstancias u otras ya no están con nosotros. Sin embargo, nos quedan los recuerdos,
la memoria y las más o menos profundas emociones compartidas con ellas que van
llenando ese equipaje inmaterial que cada uno conserva celosamente como quien
guarda el tesoro más preciado en el mejor de los lugares posibles. Después de
todo, lo que encontramos es un aprendizaje, un continuo aprendizaje de esta
existencia que no conviene descuidar. Pero hay momentos difíciles de esta vida
en que uno se queda mudo, en silencio, sin palabras para hablar o escribir,
colapsado, desbordado y en obligado silencio tratando de entender, de asimilar,
de mantener la calma para poder aprender y pensar en cómo dar el siguiente
paso. Y lo damos.
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