viernes, 5 de abril de 2013

¿Hacia 1789?

A lo largo de cualquiera de estas últimas semanas da tiempo a escuchar tertulias y entrevistas en la televisión o la radio, ver los telediarios de la mañana, del mediodía o de la noche, echar un vistazo a los comentarios de tus contactos en las redes sociales, revisar la prensa ya sea en formato tradicional de papel o a través de internet y, por supuesto, intercambiar opiniones y pareceres con las personas de tu entorno más próximo. Vayas a donde vayas y lo hagas como lo hagas, encuentras siempre los mismos lamentables y escandalosos asuntos de más llamativa actualidad. Entonces te das cuenta de que es para echarse a temblar a poco que se detenga uno a analizar la naturaleza de los acontecimientos.

A estas alturas, la reina de la fiesta es la grave crisis económica por la que atravesamos. Ya se puede decir, sin miedo a equivocarnos, que afecta a la inmensa mayoría de los españoles. Y a nadie se le pasa por alto el enorme descontento social reinante determinado por la ineficaz y poco representativa clase política que nos gobierna-miente-mangonea sumado a la muy desagradable sensación de que no se quiere o no se puede dar con una solución que suene convincente aumentando con ello la desconfianza y desesperación de las clases más bajas que son, para más inri, las que están pagando y soportando el mayor esfuerzo social para intentar que las cifras macroeconómicas se recuperen lo antes posible.

De la mano de la crisis nos llega el paro feroz que está dinamitando y erosionando a los jóvenes en edad de ofrecer sus capacidades laborales. Estamos perdiendo a marcha forzada los valiosos recursos humanos destinados para el progreso social necesario en un mundo que no se detiene por nada ni por nadie, con lo cual, una vez más, perderemos puestos en la eterna lista de países vanguardistas de la que nunca dejaremos de ser simples aspirantes a aparecer entre los 50 primeros. Pero lo peor no es eso, sino la semilla de desesperanza, falta de autoestima y pesimismo que se está sembrando en tantas generaciones suficientemente preparadas e ilusionadas para dar lo mejor en aras del desarrollo de su país, que dará sus indeseados frutos durante las próximas décadas.

Tampoco es menos importante la alarmante crisis de valores que padecemos desde hace muchos años. Estamos presenciando anonadados una tremenda transformación de la sociedad determinada por la caída de antiguos valores y la rápida ascensión de otros que no hacen sino empobrecer y vulgarizar nuestro lenguaje, nuestra cultura, nuestra educación, especialmente en la vulnerable juventud, socavando con ello las relaciones entre las distintas capas sociales, entre los estratos marcados por la diferencia de edad o aquellos de distinta identidad cultural y religiosa. Es deplorable que en un programa de televisión se diga en directo que es mejor no hablar de la cultura porque si no, pasa lo que pasa. ¿Y qué es lo que pasa? Que no está bien visto tener cultura, saber cosas, que uno queda mal como se salga del guión borreguil previsto de antemano por unos poquitos desalmados que manejan los hilos a su despreciable antojo.

Asistimos perplejos al declive de la monarquía noticia tras noticia referida a Iñaki Urdangarín y la reciente implicación de su esposa la Infanta Cristina en sus más que sospechosos negocios; los favores y desfavores de la tal princesa Corina, las desafortunadas cacerías del rey y hasta los dineros ocultos del difunto Don Juan. Si a todo esto le unimos la, cada vez, menor aceptación social, la erosión popular paulatina favorecida en gran parte por la propia actitud que han mantenido el Príncipe y las Infantas en sus respectivos noviazgos y matrimonios; el inevitable alejamiento de los años de la transición en la que fue institución clave y determinante para la necesaria estabilidad nacional de donde deriva una nueva perspectiva social que esta pidiendo a gritos una inexcusable revisión de su modelo y validez, lo cierto es que el panorama no es nada halagüeño para la Casa Real y nunca antes, ella misma, había hecho tanto por el regreso de la República.

Podemos continuar observando la creciente proliferación de las más o menos justificadas revueltas sociales –léase 15M, 25S…- lideradas por las diversas Adas Colaus de turno, antisistemas varios e izquierdas radicales seudoterroristas. Se podrá estar de acuerdo o no, pero el hecho es que existen y que están ahí, a pie de calle, enarbolando su respetable forma de pensar y su actitud ante una situación general que no es del agrado de muchos ciudadanos. Asistimos asombrados a la aparición en escena del concepto escrache, también conocido como linchamiento. Esta feroz persecución personal a domicilio, con grave peligro de la integridad física, es una nueva estrategia intimidatoria nada recomendable que, como mínimo, nos hace recordar atrocidades de tiempos pasados no tan lejanos y quizá no tan solucionados para satisfacción de muy pocos insensatos.

En definitiva, no hace falta estudiar ni leer mucho para darse cuenta de que existen en la actualidad enormes desequilibrios sociales que se han ido acentuando, para desgracia de tantos, con el paso de los últimos decenios. Son muy urgentes repartos más equitativos. No sirven de nada las diferencias tan abismales entre unos y otros. A la larga todos salimos perdiendo. No podemos negar que existe la sensación, cada vez mayor, de que el modelo socioeconómico imperante y el sistema capitalista establecidos desde principios del XIX se están agotando y que se hace imprescindible una muy necesaria y minuciosa revisión. ¿Puede ser que la sociedad esté despertando de su letargo? ¿Puede ser que ya esté surgiendo silenciosa y progresivamente un nuevo modelo acompañado de, hasta no se sabe cuándo y dónde, terror e imposición violenta por parte de una enorme clase trabajadora hastiada, desamparada y con muy poco que perder ya? ¿O es sólo un espejismo pasajero que irá despareciendo poco a poco cual castillo de humo?

En cualquier caso, sea como sea, estamos viviendo y sufriendo un inquietante retroceso económico, cultural y social en nuestras propias carnes que tendrá sus devastadores efectos y secuelas durante más años de los que los autorizados adivinos televisivos vaticinan. Es una clara involución del país de la que tardaremos mucho en recuperarnos, y una clara vuelta atrás de todo lo conseguido con tanto esfuerzo desde 1975. Dicen que la ignorancia y la falta de memoria conducen al hombre por caminos que le hacen caer de nuevo en los errores del pasado. Ojalá no estemos dirigiendo nuestros pasos hacia un nuevo 1789 francés en el que el terror y la sinrazón campaban a sus anchas sin dejar títere con cabeza en la plaza de la Concordia. Pero, claro, esto último apenas aparece ya en los libros de texto de hoy.


La libertad guiando al pueblo. (E. Delacroix)


3 comentarios:

  1. Gran artículo, pero esperemos q Dios ilumine a nuestro Gobierno para q no sigamos retrocediendo y perdiendo los grandes logros q nuestros abuelos y padres consiguieron con tantísimo esfuerzo.

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  2. Se puede decir más alto pero no más claro!! Cuánta razón...cuánta verdad!! Bien escrito!!!

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