Conforme pasan los años y la vida transcurre, nos hacemos viejos, nuestro organismo envejece y los achaques propios empiezan a recordarnos que nada es eterno. Efectivamente, estamos de paso en este mundo y de la misma manera que nuestro cuerpo comienza su andadura fresco y lozano, también tiende a estropearse para poder justificar su marcha definitiva. Todo eso lo sabemos. Pero la mente, el espíritu o el alma permanecen inalterables a lo largo de ese mismo viaje. En todo caso crecen en sabiduría, en experiencia, en saber hacer y estar, en generosidad, en empatía y hasta en misericordia. Y ese es el bagaje que todos debemos cargar con esmero y cuidar todos los días porque es nuestro mejor embajador vayamos donde vayamos. Tú también sabes todo esto. Hoy tu maleta pesa un poco más, un año más. Un poco más de carga en el equipaje. Pero no te preocupes, no hay que darle tanta importancia como hoy se le quiere dar. Porque llegar hasta donde tú lo has hecho es motivo de alegría y orgullo. Poderlo contar y haberlo vivido y disfrutado. Y lo mejor: poder compartirlo con los demás.
¿Qué te voy a contar yo que me acuerdo nítidamente de aquella mañana en que soltaste mi mano de la tuya en la fila de niños que me habría de conducir a mi primer aula de educación general básica? Pues sí, allí estabas para acompañarme y asegurarte de que comenzaba con buen pie mi periplo académico en la vida. De la misma forma que también has estado para asistirme en tantas otras ocasiones en que me ha hecho falta tu presencia, tu consejo, tu palabra, tu protección, tu amparo, tu valía, tu conocimiento, tu pensamiento, tu opinión, tu ciencia, etc. Estas son las propiedades que has compartido siempre conmigo. Casi nada.
Por todo eso y mucho más, hoy quiero felicitarte. Porque has llegado hasta aquí con el deber cumplido sobradamente, y quiero proclamar mi agradecimiento por todo lo que he recibido de ti, todo lo que me has dado, y desear que los próximos años te sigan tributando mayores cotas de sabiduría, generosidad, empatía y misericordia.
Como siempre, recibe mi cariño más afectuoso y el deseo sincero de que el Señor guíe tus pasos e ilumine tu camino con largueza.
Muchas felicidades, panforrito, y que vengan más…
¿Qué te voy a contar yo que me acuerdo nítidamente de aquella mañana en que soltaste mi mano de la tuya en la fila de niños que me habría de conducir a mi primer aula de educación general básica? Pues sí, allí estabas para acompañarme y asegurarte de que comenzaba con buen pie mi periplo académico en la vida. De la misma forma que también has estado para asistirme en tantas otras ocasiones en que me ha hecho falta tu presencia, tu consejo, tu palabra, tu protección, tu amparo, tu valía, tu conocimiento, tu pensamiento, tu opinión, tu ciencia, etc. Estas son las propiedades que has compartido siempre conmigo. Casi nada.
Por todo eso y mucho más, hoy quiero felicitarte. Porque has llegado hasta aquí con el deber cumplido sobradamente, y quiero proclamar mi agradecimiento por todo lo que he recibido de ti, todo lo que me has dado, y desear que los próximos años te sigan tributando mayores cotas de sabiduría, generosidad, empatía y misericordia.
Como siempre, recibe mi cariño más afectuoso y el deseo sincero de que el Señor guíe tus pasos e ilumine tu camino con largueza.
Muchas felicidades, panforrito, y que vengan más…
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