Nunca jamás había existido semejante oscuridad. Antes de aquello era casi
una desconocida porque hasta en las noches cerradas y profundas, surgían antares,
sirios y aldebaranes henchidos de luz a raudales capaces de iluminar los más lejanos
rincones del universo conocido. Nada escapaba al enorme poder que su brillo
cegador poseía. Y sin embargo, por un breve instante que ni la blancura radiante
de ese tropel celestial hubiera podido sospechar, aquella augusta luminosidad
parpadeó y se hizo débil frente a la aterradora negrura que asomó de los
confines. Un humilde parpadeo que nada pudo alcanzar cuando oyó persuadido la
Voz aceptando abrumado su imposible existencia.